xaviviro/Lorca-LLama3-8B-GGUF
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Romancero gitano | ROMANCE DE LA LUNA, LUNA | LA luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando. |
Romancero gitano | PRECIOSA Y EL AIRE | SU luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento, que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde. |
Romancero gitano | REYERTA | EN la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego
carretera de la muerte.
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes,
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite. |
Romancero gitano | ROMANCE SONAMBULO | VERDE que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura,
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?…
Ella sigue en su baranda
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
—Compadre, quiero cambiar,
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
—Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
—Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
—Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
—Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna,
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña. |
Romancero gitano | LA MONJA GITANA | SILENCIO de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris,
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh!, qué llanura empinada
con veinte soles arriba.
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía. |
Romancero gitano | LA CASADA INFIEL | Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río. |
Romancero gitano | ROMANCE DE LA PENA NEGRA | LAS piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
—Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
—Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
—Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
—No me recuerdes el mar
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
—¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
—¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
—Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota! |
Romancero gitano | SAN MIGUEL | SE ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.
Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire,
cruje la aurora salobre.
Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.
Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte.
San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos
ceñidos por los faroles.
Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
Efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores.
El mar baila por la playa,
un poema de balcones.
Las orillas de la luna
pierden juncos, ganan voces.
Vienen manolas comiendo
semillas de girasoles,
los culos grandes y ocultos
como planetas de cobre.
Vienen altos caballeros
y damas de triste porte,
morenas por la nostalgia
de un ayer de ruiseñores.
Y el obispo de Manila
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres.
San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.
San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores. |
Romancero gitano | SAN RAFAEL | I
COCHES cerrados llegaban
a las orillas de juncos
donde las ondas alisan
romano torso desnudo.
Coches, que el Guadalquivir
tiende en su cristal maduro,
entre láminas de flores
y resonancias de nublos.
Los niños tejen y cantan
el desengaño del mundo
cerca de los viejos coches
perdidos en el nocturno.
Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.
Pétalos de lata débil
recaman los grises puros
de la brisa, desplegada
sobre los arcos de triunfo.
Y mientras el puente sopla
diez rumores de Neptuno,
vendedores de tabaco
huyen por el roto muro.
II
Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta.
Blanda Córdoba de juncos.
Córdoba de arquitectura.
Niños de cara impasible
en la orilla se desnudan,
aprendices de Tobías
y Merlines de cintura,
para fastidiar al pez
en irónica pregunta
si quiere flores de vino
o saltos de media luna.
Pero el pez que dora el agua
y los mármoles enluta,
les da lección y equilibrio
de solitaria columna.
El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta. |
Romancero gitano | SAN GABRIEL | I
UN bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire,
con los dos ritmos que cantan
breves lutos celestiales.
En la ribera del mar
no hay palma que se le iguale,
ni emperador coronado
ni lucero caminante.
Cuando la cabeza inclina
sobre su pecho de jaspe,
la noche busca llanuras
porque quiere arrodillarse.
Las guitarras suenan solas
para San Gabriel Arcángel,
domador de palomillas
y enemigo de los sauces.
—San Gabriel: El niño llora
en el vientre de su madre.
No olvides que los gitanos
te regalaron el traje.
II
Anunciación de los Reyes
bien lunada y mal vestida,
abre la puerta al lucero
que por la calle venía.
El Arcángel San Gabriel
entre azucena y sonrisa,
biznieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche,
se volvieron campanillas.
—San Gabriel: Aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida.
—Dios te salve, Anunciación.
Morena de maravilla.
Tendrás un niño más bello
que los tallos de la brisa.
—¡Ay San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!
para sentarte yo sueño
un sillón de clavellinas.
—Dios te salve, Anunciación,
bien lunada y mal vestida.
Tu niño tendrá en el pecho
un lunar y tres heridas.
—¡Ay San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo de mi vida!
En el fondo de mis pechos
ya nace la leche tibia.
—Dios te salve, Anunciación.
Madre de cien dinastías.
Áridos lucen tus ojos,
paisajes de caballista.
El niño canta en el seno
de Anunciación sorprendida.
Tres balas de almendra verde
tiemblan en su vocecita.
Ya San Gabriel en el aire
por una escala subía.
Las estrellas de la noche
se volvieron siemprevivas. |
Romancero gitano | PRENDIMIENTO DE ANTOÑITO EL CAMBORIO EN EL CAMINO DE SEVILLA | ANTONIO Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
Guardia Civil caminera
lo llevó codo con codo.
El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
—Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre, con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos,
tiritando bajo el polvo.
A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro. |
Romancero gitano | MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO | VOCES de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
—Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
—Mis cuatro primos Heredias,
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
—¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
—¡Ay Federico García!
llama a la Guardia Civil.
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo,
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir. |
Romancero gitano | MUERTO DE AMOR | ¿QUÉ es aquello que reluce
por los altos corredores?
—Cierra la puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
—En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
—Será que la gente aquella,
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
—Madre, cuando yo me muera
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores. |
Romancero gitano | EL EMPLAZADO | ¡MI soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo,
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos,
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.
El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
—Ya puedes cortar, si gustas,
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas.
Aprende a cruzar las manos,
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.
Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.
El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños. |
Romancero gitano | ROMANCE DE LA GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA | LOS caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle
con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.
La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna, soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar
sin peines para sus crenchas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas,
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra,
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el Portal de Belén,
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena. |
Romancero gitano | MARTIRIO DE SANTA OLALLA
I
PANORAMA DE MÉRIDA | POR la calle brinca y corre
caballo de larga cola,
mientras juegan o dormitan
viejos soldados de Roma.
Medio monte de Minervas
abre sus brazos sin hojas.
Agua en vilo redoraba
las aristas de las rocas.
Noche de torsos yacentes
y estrellas de nariz rota,
aguarda grietas del alba
para derrumbarse toda.
De cuando en cuando sonaban
blasfemias de cresta roja.
Al gemir la santa niña,
quiebra el cristal de las copas.
La rueda afila cuchillos
y garfios de aguda comba:
brama el toro de los yunques,
y Mérida se corona
de nardos casi despiertos
y tallos de zarzamora.
II |
Romancero gitano | EL MARTIRIO | Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espadas,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.
III |
Romancero gitano | INFIERNO Y GLORIA | Nieve ondulada reposa.
Olalla pende del árbol.
Su desnudo de carbón
tizna los aires helados.
Noche tirante reluce.
Olalla muerta en el árbol.
Tinteros de las ciudades
vuelcan la tinta despacio.
Negros maniquís de sastre
cubren la nieve del campo
en largas filas que gimen
su silencio mutilado.
Nieve partida comienza.
Olalla blanca en el árbol.
Escuadras de níquel juntan
los picos en su costado.
Una Custodia reluce
sobre los cielos quemados,
entre gargantas de arroyo
y ruiseñores en ramos.
¡Saltan vidrios de colores!
Olalla blanca en lo blanco.
Ángeles y serafines
dicen: Santo, Santo, Santo. |
Romancero gitano | BURLA DE DON PEDRO A CABALLO
ROMANCE CON LAGUNAS | POR una vereda
venía Don Pedro.
¡Ay cómo lloraba
el caballero!
Montado en un ágil
caballo sin freno,
venía en la busca
del pan y del beso.
Todas las ventanas
preguntan al viento,
por el llanto oscuro
del caballero. |
Romancero gitano | PRIMERA LAGUNA | Bajo el agua
siguen las palabras.
Sobre el agua
una luna redonda
se baña,
dando envidia a la otra
¡tan alta!
En la orilla,
un niño,
ve las lunas y dice:
—¡Noche; toca los platillos! |
Romancero gitano | SIGUE | A una ciudad lejana
ha llegado Don Pedro.
Una ciudad lejana
entre un bosque de cedros.
¿Es Belén? Por el aire
yerbaluisa y romero.
Brillan las azoteas
y las nubes. Don Pedro
pasa por arcos rotos.
Dos mujeres y un viejo
con velones de plata
le salen al encuentro.
Los chopos dicen: No.
Y el ruiseñor: Veremos. |
Romancero gitano | SEGUNDA LAGUNA | Bajo el agua
siguen las palabras.
Sobre el peinado del agua
un círculo de pájaros y llamas.
Y por los cañaverales,
testigos que conocen lo que falta.
Sueño concreto y sin norte
de madera de guitarra. |
Romancero gitano | SIGUE | Por el camino llano
dos mujeres y un viejo
con velones de plata
van al cementerio.
Entre los azafranes
han encontrado muerto
el sombrío caballo
de Don Pedro.
Voz secreta de tarde
balaba por el cielo.
Unicornio de ausencia
rompe en cristal su cuerno.
La gran ciudad lejana
está ardiendo
y un hombre va llorando
tierras adentro.
Al Norte hay una estrella.
Al Sur un marinero. |
Romancero gitano | ÚLTIMA LAGUNA | Bajo el agua
están las palabras.
Limo de voces perdidas.
Sobre la flor enfriada,
está Don Pedro olvidado
¡ay! jugando con las ranas. |
Romancero gitano | THAMAR Y AMNON | LA luna gira en el cielo
sobre las tierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La tierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas.
Thamar estaba soñando
pájaros en su garganta,
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su vientre
y granizo a sus espaldas.
Thamar estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana.
Amnón a las tres y media
se tendió sobre la cama.
Toda la alcoba sufría
con sus ojos llenos de alas.
La luz maciza, sepulta
pueblos en la arena parda,
o descubre transitorio
coral de rosas y dalias.
Linfa de pozo oprimida,
brota silencio en las jarras.
En el musgo de los troncos
la cobra tendida canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
Thamar entró silenciosa
en la alcoba silenciada,
color de vena y Danubio
turbia de huellas lejanas.
—Thamar, bórrame los ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
—Déjame tranquila, hermano.
Son tus besos en mi espalda,
avispas y vientecillos
en doble enjambre de flautas.
—Thamar, en tus pechos altos
hay dos peces que me llaman
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
Los cien caballos del rey
en el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
¡Oh, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos, enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras
cortó las cuerdas del arpa. |
Poemas escogidos | CANCION DE JINETE | CORDOBA.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola. |
Poemas escogidos | CANCIONCILLA SEVILLANA | AMANECIA
en el naranjel.
Abejitas de oro
buscaban la miel.
¿Dónde estará
la miel?
Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor,
del romero aquel.
(Sillita de oro
para el moro.
Silla de oropel
para su mujer.)
Amanecía
en el naranjel. |
Poemas escogidos | LA SOLEÁ | VESTIDA con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso.
Vestida con mantos negros.
Piensa que el suspiro tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.
Vestida con mantos negros.
Se dejó el balcón abierto
y el alba, por el balcón
desembocó todo el cielo.
¡Ay yayayayay,
que vestida con mantos negros! |
Poemas escogidos | SORPRESA | MUERTO se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie. |
Poemas escogidos | BALADILLA DE LOS TRES RIOS | EL río Guadalquivir
va entro naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay amor
que se fué y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
que se fué por el aire!
Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fué y no vino!
Guadalquivir, alta torre
de viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
que se fué por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fué y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
que se fué por el aire! |
Poemas escogidos | ¡AY! | EL grito deja en el viento
una sombra de ciprés.
(Dejadme en este campo,
dorando.)
Todo se ha roto en el mundo.
No queda más que el silencio.
(Dejadme en este campo,
llorando.)
El horizonte sin luz
está mordido de hogueras
(Ya os he dicho que me dejéis
en este campo,
llorando.) |
Poemas escogidos | CARACOLA | ME han traído una caracola.
Dentro le canta
un mar de mapa.
Mi corazón
se llena de agua,
con pececillos
de sombra y plata.
Me han traído una caracola. |
Poemas escogidos | EL LAGARTO ESTA LLORANDO | EL lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.,
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando! |
Poemas escogidos | LA BALADA DEL AGUA DEL MAR | EL mar,
Sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma
Labios de cielo.
—¿Qué vendes, oh joven turbia
Con los senos al aire?
—Vendo, señor el agua
de los mares—.
—Qué, llevas, oh negro joven.
Mezclado con tu sangre?
—Llevo, señor, el agua
De los mares—.
—Esas lágrimas salobres
De donde vienen, madre?
—Lloro, señor, el agua
De los mares.
—Corazón; y esta amargura
Seria, ¿de donde nace?
—¡Amarga mucho el agua
De los mares!—.
El mar
Sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma
Labios de cielo. |
Poemas escogidos | CIUDAD | El bosque centenario
penetra en la ciudad,
pero el bosque está dentro
del mar.
Hay flechas en el aire
y guerreros que van
perdidos entre ramas
de coral.
Sobre las casas nuevas
se mueve un encinar
y tiene el cielo enormes
curvas de cristal.
II |
Poemas escogidos | CORREDOR | Por los altos corredores
se pasean dos señores.
(Cielo
nuevo.
¡Cielo
azul!)
...se pasean dos señores
que antes fueron blancos monjes,
(Cielo
medio
¡Cielo
morado!)
...se pasean dos señores
que antes fueron cazadores.
(Cielo
viejo.
¡Cielo
de oro!)
...se pasean dos señores
que antes fueron...
Noche.
III |
Poemas escogidos | PRIMERA PAGINA | Fuente clara.
Cielo claro.
¡Oh, cómo se agrandan
los pájaros!
Cielo claro.
Fuente clara.
¡Oh, cómo relumbran
las naranjas!
Fuente.
Cielo.
¡Oh, cómo, el trigo
es tierno!
Cielo.
Fuente.
¡Oh, cómo el trigo
es verde! |
Poemas escogidos | GACELA DEL
MERCADO MATUTINO | Por el arco de Elvira
quiero verte pasar,
para saber tu nombre
y ponerme a llorar.
¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamarada en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal...?
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar,
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.
¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo,
qué cerca cuando te vas!
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar,
para sentir tus muslos
y ponerme a llorar. |
Poemas escogidos | GACELA DEL AMOR CON CIEN AÑOS | Suben por la calle
los cuatro galanes,
ay ay, ay, ay.
Por la calle abajo
van los tres galanes,
ay, ay, ay.
Se ciñen el talle
esos dos galanes,
ay, ay.
¡Como vuelve el rostro
un galán y el aire!
ay.
En los arrayanes
se pasea nadie. |
Poemas escogidos | ARBOLÉ. ARBOLÉ... | ARBOLÉ, arbolé
seco y verdé.
La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas obscuras.
"Vente a Córdoba, muchacha".
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
"Vente a Sevilla, muchacha".
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
"Vente a Granada, muchacha"
y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
Arbolé, arbolé
seco y verdé. |
Poemas escogidos | SON | CUANDO llegue la luna llena,
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago
en un coche de aguas negras.
Iré a Santiago.
Cantarán los lechos de palmera,
Iré a Santiago.
Cuando la palmera quiere ser cigüeña.
Iré a Santiago.
y cuando quiere ser Medusa el plátano.
Y Iré a Santiago.
Con la cabeza rubia de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con el rosal de Romeo y Julieta.
Iré a Santiago.
Mar de papel y plata de monedas.
Iré a Santiago.
¡Oh. Cuba! ¡Oh, ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh, cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre dije que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas.
Iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla.
Iré a Santiago.
Color blanco. Fruta muerta.
Iré a Santiago.
¡Oh, bovino frescor de cañavera!
¡Iré a Santiago! |
Poemas escogidos | VALS EN LAS RAMAS | Cayó una hoja
y dos
y tres.
Por la luna nadaba un pez.
El agua duerme una hora
y el mar blanco duerme cien.
La dama
estaba muerta en la rama.
La monja
cantaba dentro de la toronja.
La niña
iba por el pino a la piña.
Y el pino
buscaba la plumilla del trino.
Pero el ruiseñor
lloraba sus heridas alrededor.
Y yo también
porque cayó una hoja
Y dos
y tres.
Y una cabeza de cristal
y un violn de papel
y la nieve podría con el mundo
si la nieve durmiera un mes
y las ramas luchaban con el mundo
una a una.
dos a dos,
y tres a tres.
¡Oh duro marfil de carnes invisibles!
¡Oh, golfo sin hormigas del amanecer!
Llegará un torso de sombra
coronado de laurel.
Será el cielo para el viento
duro como una pared
y las ramas desgajadas
se irán bailando con él.
Una a una
alrededor de la luna,
dos a dos
alrededor del Sol,
y tres a tres
para que los marfiles se duerman bien. |
Poemas escogidos | ROMANCE DEL EMPLAZADO | ¡MI soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado,
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que, limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos,
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.
El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
—Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas,
aprende a cruzar las manos
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.
Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.
El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños. |
Poemas escogidos | ROMANCE DE LA PENA NEGRA | LAS piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
—Soledad, ¿por quién preguntas
sin campaña y a estas horas?
—Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a tí qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco
mi alegría y mi persona.
—Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
—No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
—¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
—¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos tronzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y roja.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
—Soledad, lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota! |
Poemas escogidos | MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO | VOCES de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
—Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil.
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
—Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
—¡Ay, Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
—¡Ay, Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya a mi talle se ha quebrado
como caña de maíz,
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir. |
Poemas escogidos | LA CASADA INFIEL | Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fué la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan lino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy,
como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río. |
Poemas escogidos | ADAN | ARBOL de sangre moja la mañana
por donde gime la recién parida
Su voz deja cristales en la herida
y un gráfico de hueso en la ventana.
Mientras la luz que viene fija y gana
blancas metas de fábula que olvida
el tumulto de venas en la huída
hacia el turbio frescor de la manzana.
Adán sueña en la fiebre de la arcilla
un niño que se acerca galopando
por el doble latir de su mejilla.
Pero otro Adán oscuro está soñando
neutra luna de piedra sin semilla
donde el niño de luz se irá quemando. |
Poemas escogidos | SONETO | LARGO espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.
Llaga de amor que me dará la vida
perpétua sangre y pura luz brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y nido blando.
¡Ay qué dulce rumor en la cabeza!
Me tenderé junto a la flor sencilla
donde flota sin alma tu belleza.
Y el agua errante se pondrá amarilla,
mientras corre mi sangre en la maleza
mojada y olorosa de la orilla. |
Poemas escogidos | SOLEDAD
(Homenaje a Fray Luis de León.) | SOLEDAD pensativa
sobre piedra y rosal, muerte y desvelo
donde libre y cautiva,
fija en su blanco vuelo,
canta la luz herida por el hielo.
Soledad con estilo
de silencio sin fin y arquitectura,
donde la planta en vilo
del ave en la espesura,
no consigue clavar tu carne oscura.
En tí dejo olvidada
la frenética lluvia de mis venas,
mi cintura cuajada:
y rompiendo cadenas,
rosa débil seré por las arenas.
Rosa de mi desnudo
sobre paños de cal y sordo fuego,
cuando roto ya el nudo,
limpio de luna, y ciego.
cruce tus finas ondas de sosiego.
En la curva del río
el doble cisne su blancura canta.
Húmeda voz sin frío
fluye de su garganta,
y por los juncos rueda y se levanta.
Con su rosa de harina
niño desnudo mide la ribera,
mientras el bosque afina
su música primera
en rumor de cristales y madera.
Coros de siemprevivas
giran locos pidiendo eternidades.
Sus señas expresivas
hieren las dos mitades,
del mapa que rezuma soledades.
El arpa y su lamento
prendiendo en nervios de metal dorado,
tanto dulce instrumento
resonante o delgado,
buscan ¡oh, soledad! tu reino helado
Mientras tú, inaccesible
para la verde lepra del sonido,
no hay altura posible
ni labio conocido,
por donde llegue a tí nuestro gemido. |
Poemas escogidos | RUINA | SIN encontrarse.
Viajero por su propio torso blanco.
Así iba el aire.
Pronto se vió que la luna
era una calavera de caballo
y el aire una manzana oscura.
Detrás de la ventana,
con látigos y luces, se sentía
la lucha de la arena con el agua.
Yo ví llegar las hierbas
y les eché un cordero que balaba
bajo sus dientecillos y lancetas.
Volaba dentro de una gota
la cáscara de pluma y celuloide
de la primer paloma.
Las nubes, en manada,
se quedaron dormidas, contemplando
el duelo de las rocas con el alba.
Vienen las hierbas, hijo;
ya suenan sus espadas de saliva
por el cielo vacío.
Mi mano amor. ¡Las hierbas!
Por los cristales rotos de la casa
la sangre desató sus cabelleras.
Tú solo y yo quedamos;
prepara tu esqueleto para el aire.
Yo solo y tú quedamos.
Prepara tu esqueleto;
hay que buscar de prisa, amor, de prisa,
nuestro perfil sin sueño. |
Poemas escogidos | LA SANGRE DERRAMADA | ¡QUE no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Qué no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Qué no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Qué no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pesaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena.
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta,
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vió los cuernos cercas,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársela pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla.
Tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas,
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Qué no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!! |
Libro de poemas | VELETA | VIENTO del Sur.
Moreno, ardiente,
Llegas sobre mi carne,
Trayéndome semilla
De brillantes
Miradas, empapado
De azahares.
Pones roja la luna
Y sollozantes
Los álamos cautivos, pero vienes
¡Demasiado tarde!
¡Ya he enrollado la noche de mi cuento
En el estante!
Sin ningún viento,
¡Hazme caso!
Gira, corazón;
Gira, corazón.
Aire del Norte,
¡Oso blanco del viento!,
Llegas sobre mi carne
Tembloroso de auroras
Boreales,
Con tu capa de espectros
Capitanes,
Y riyéndote a gritos
Del Dante.
¡Oh pulidor de estrellas!
Pero vienes
Demasiado tarde.
Mi almario está musgoso
Y he perdido la llave.
Sin ningún viento,
¡Hazme caso!
Gira, corazón;
Gira, corazón.
Brisas, gnomos y vientos
De ninguna parte.
Mosquitos de la rosa
De pétalos pirámides.
Alisios destetados
Entre los rudos árboles,
Flautas en la tormenta,
¡Dejadme!
Tiene recias cadenas
Mi recuerdo,
y está cautiva el ave
Que dibuja con trinos
La tarde.
Las cosas que se van no vuelven nunca,
Todo el mundo lo sabe,
Y entre el claro gentío de los vientos
Es inútil quejarse.
¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?
¡Es inútil quejarse!
Sin ningún viento,
¡Hazme caso!
Gira, corazón;
Gira, corazón. |
Libro de poemas | LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO | HAY dulzura infantil
En la mañana quieta.
Los árboles extienden
Sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
Cubre las sementeras,
Y las arañas tienden
Sus caminos de seda
—Rayas al cristal limpio
Del aire—.
En la alameda
Un manantial recita
Su canto entre las hierbas.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Ignorado y humilde,
El paisaje contempla.
La divina quietud
De la Naturaleza
Le dió valor y fe,
Y olvidando las penas
De su hogar, deseó
Ver el fin de senda.
Echó andar e internóse
En un bosque de yedras
Y de ortigas. En medio
Había dos ranas viejas
Que tomaban el sol,
Aburridas y enfermas.
Estos cantos modernos,
Murmuraba una de ellas,
Son inútiles. Todos,
Amiga, le contesta
La otra rana, que estaba
Herida y casi ciega:
Cuando joven creía
Que si al fin Dios oyera
Nuestro canto, tendría
Compasión. Y mi ciencia,
Pues ya he vivido mucho,
Hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede.
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Si, creo
Por siempre en la vida eterna
Qué predicáis...
Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfingen se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega,
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
Por qué... No se por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas?—dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Si, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa.
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia,
Y el caracol, pacifico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla. |
Libro de poemas | CANCIÓN OTOÑAL | HOY siento en el corazón
Un vago temblor de estrellas
Pero mi senda se pierde.
En alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
Y el dolor de mi tristeza
Va mojando los recuerdos
En la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas,
Tan blancas como mi pena,
Y no son las rosas blancas,
Que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
Copos de besos y escenas
Que se hundieron en la sombra
O en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas
Pero la del alma queda,
Y la garra de los años
Hace un sudario con ella.
¿Se deshelará la nieve
Cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
Y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
Como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
La solución del problema?
¿Y si el Amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
Si el crepúsculo nos hunde
En la verdadera ciencia
Del Bien que quizá no exista
Y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga
Y la Babel se comienza
Qué antorcha iluminara
Los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño
Qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
Si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte
Qué será de los poetas
Y de las cosas dormidas
Que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
Un vago temblor de estrellas
Y todas las rosas son
Tan blancas como mi pena. |
Libro de poemas | CANCIÓN PRIMAVERAL | nI
SALEN los niños alegres
De la escuela,
Poniendo en el aire tibio
Del Abril, canciones tiernas.
¡Que alegría tiene el hondo
Silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
Por risas de plata nueva.
II
Voy camino de la tarde
Entre flores de la huerta
Dejando sobre el camino
El agua de mi tristeza.
En el monte solitario
Un cementerio de aldea
Parece un campo sembrado
Con granos de calaveras.
Y han florecido cipreses
Como gigantes cabezas
Que con órbitas vacías
Y verdosas cabelleras
Pensativos y dolientes
El horizonte contemplan.
¡Abril divino, que vienes
Cargado de sol y esencias
Llena con nidos de oro
Las floridas calaveras! |
Libro de poemas | CANCIÓN MENOR | TIENEN gotas de rocío
Las alas del ruiseñor,
Gotas claras de la luna
Cuajadas por su ilusión.
Tiene el mármol de la fuente
El beso del surtidor,
Sueño de estrellas humildes.
Las niñas de los jardines
Me dicen todas adiós
Cuando paso. Las campanas
También me dicen adiós.
Y los árboles se besan
En el crepúsculo. Yo
Voy llorando por la calle,
Grotesco y sin solución,
Con tristeza de Cyrano
Y de Quijote,
Redentor
De imposibles infinitos
Con el ritmo del reloj.
Y veo secarse los lirios
Al contacto de mi voz
Manchada de luz sangrienta,
Y en mi lírica canción
Llevo galas de payaso
Empolvado. El amor
Bello y lindo se ha escondido
Bajo una araña. El sol
Como otra araña me oculta
Con sus patas de oro. No
Conseguiré mi ventura,
Pues soy como el mismo Amor,
Cuyas flechas son de llanto,
Y el carcaj el corazón.
Daré todo a los demás
Y lloraré mi pasión
Como niño abandonado
En cuento que se borró. |
Libro de poemas | ELEGÍA A DOÑA JUANA LA LOCA | PRINCESA enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
A través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca
Cuyo nido fué sangre del suelo castellano
Derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
Y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante
Que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas
Te dió la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenias en el pecho la formidable aurora
De Isabel de Segura. Melibea. Tu canto
Como alondra que mira quebrarse el horizonte
Se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
Perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.
Tenias la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
!Oh princesa divina de crepúsculo rojo
Con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
Ni el laud juglaresco que solloza lejano
Tu juglar fué un mancebo con escamas de plata
Y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y sin embargo, estabas para el amor formada
Hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo.
Para llorar tristeza sobre el pecho querido
Deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el rio
Y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño.
Y mirar los eternos jardines de la sombra.
¡Oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fué la tristeza de tu amor desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
Tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡Oh princesa morena que duermes bajo el mármol!,
Eloisa y Julieta fueron dos margaritas
Pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado.
Que vino de la tierra dorada de Castilla
A dormir entre nieves y cipresales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
Los cipreses tus cirios,
La sierra tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias
¡Con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
La de las torres viejas y del jardín callado,
La de la yedra muerta sobre los muros rojos,
La de la niebla azul y el arrayan romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado,
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
A través de los ojos que ha abierto sobre el mármol. |
Libro de poemas | ¡CIGARRA! | u00a1CIGARRA!
¡Dichosa tú!
Que sobre lecho de tierra
Mueres borracha de luz.
Tú sabes de las campiñas
El secreto de la vida,
Y el cuento del hada vieja
Que nacer hierba sentía
En ti quedóse guardado.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!
Pues mueres bajo la sangre
De un corazón todo azul.
La luz es Dios que desciende,
Y el sol
Brecha por donde se filtra,
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!
Pues sientes en la agonía
Todo el peso del azul.
Todo lo vivo que pasa
Por las puertas de la muerte
Va con la cabeza baja
Y un aire blanco durmiente.
Con habla de pensamiento.
Sin sonidos...
Tristemente,
Cubierto con el silencio
Que es él manto de la muerte.
Más tú, cigarra encantada,
Derramando son te mueres
Y quedas trasfigurada
En sonido y luz celeste.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!
Pues te envuelve con su manto
El propio espíritu Santo,
Que es la luz.
¡Cigarra!
Estrella sonora
Sobre los campos dormidos,
Vieja amiga de las ranas
Y de los obscuros grillos,
Tienes sepulcros de oro
En los rayos tremolinos
Del sol que dulce te hiere
En la fuerza del Estío,
Y el sol se lleva tu alma
Para hacerla luz.
Sea mi corazón cigarra
Sobre los campos divinos.
Que muera cantando lento
Por el cielo azul herido
Y cuando esté ya expirando
Una mujer que adivino
Lo derrame con sus manos
Por el polvo.
Y mi sangre sobre el campo
Sea rosado y dulce limo
Donde claven sus azadas
Los cansados campesinos.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!
Pues te hieren las espadas invisibles
Del azul. |
Libro de poemas | BALADA TRISTE
PEQUEÑO POEMA | ¡MI corazón es una mariposa,
Niños buenos del prado!
Que presa por la araña gris del tiempo
Tiene el polen fatal del desengaño.
De niño yo canté como vosotros,
Niños buenos del prado,
Solté mi gavilán con las temibles
Cuatro uñas de gato.
Pasé por el jardín de Cartagena
La verbena invocando
Y perdí la sortija de mi dicha
Al pasar al arroyo imaginario.
Fui también caballero
Una tarde fresquita de Mayo,
Ella era entonces para mi el enigma,
Estrella azul sobre mi pecho intacto.
Cabalgué lentamente hacia los cielos,
Era un domingo de pipirigallo.
Y vi que en vez de rosas y claveles
Ella tronchaba lirios con sus manos.
Yo siempre fui intranquilo,
Niños buenos del prado,
El ella del romance me sumía
En ensoñares claros.
¿Quién será la que coge los claveles
Y las rosas de Mayo?
¿Y por qué la verán sólo los niños
A lomos de Pegaso?
¿Será esa misma la que en los rondones
Con tristeza llamamos
Estrella, suplicándole que salga
A danzar por el campo?...
En abril de mi infancia yo cantaba,
Niños buenos del prado,
La ella impenetrable del romance
Donde sale Pegaso.
Yo decía en las noches la tristeza
De mi amor ignorado,
Y la luna lunera ¡qué sonrisa
Ponía entre sus labios!
¿Quién será la que corta los claveles
Y las rosas de Mayo?
Y de aquella chiquita, tan bonita,
Que su madre ha casado,
¿En qué oculto rincón de cementerio
Dormirá su fracaso?
Yo solo con mi amor desconocido,
Sin corazón, sin llantos,
Hacia el techo imposible de los cielos
Con un gran sol por báculo.
¡Qué tristeza tan seria me da sombra!
Niños buenos del prado,
Cómo recuerda dulce el corazón
Los días ya lejanos...
¿Quién será la que corta los claveles
Y las rosas de Mayo? |
Libro de poemas | MAÑANA | Y la canción del agua
Es una cosa eterna.
Es la savia entrañable
Que madura los campos
Es sangre de poetas
Que dejaron sus almas
Perderse en los senderos
De la naturaleza.
¡Qué armonías derrama
Al brotar de la peña!
Se abandona a los hombres
Con sus dulces cadencias.
La mañana está clara.
Los hogares humean
Y son los humos brazos
Que levantan la niebla.
Escuchad los romances
Del agua en las choperas.
¡Son pájaros sin alas
Perdidos entre hierbas!
Los árboles que cantan
Se tronchan y se secan.
Y se tornan llanuras
Las montañas serenas.
Mas la canción del agua
Es una cosa eterna.
Ella es luz hecha canto
De ilusiones románticas.
Ella es firme y suave
Llena de cielo y mansa,
Ella es niebla y es rosa
De la eterna mañana.
Miel de luna que fluye
De estrellas enterradas.
¿Qué es el santo bautismo,
Sino Dios hecho agua
Que nos unge las frentes
Con su sangre de gracia?
Por algo Jesucristo
En ella confirmóse.
Por algo las estrellas
En su ondas descansan.
Por algo madre Venus
En su seno engendróse
Que amor de amor tomamos
Cuando bebemos agua.
Es el amor que corre
Todo manso y divino,
Es la vida del mundo,
La historia de su alma.
Ella lleva secretos
De las bocas humanas,
Pues todos la besamos
Y la sed nos apaga.
Es un arca de besos
De bocas ya cerradas,
Es eterna cautiva,
Del corazón hermana.
«Cristo debió decirnos:
Confesaos con el agua,
De todos los dolores
De todas las infamias.
¿A quién mejor, hermanos,
Entregar nuestras ansias
Que a ella que sube al cielo
En envolturas blancas?»
No hay estado perfecto
Como al tomar el agua,
Nos volvemos más niños
Y más buenos: y pasan
Nuestras penas vestidas
Con rosadas guirnaldas.
Y los ojos se pierden
En regiones doradas.
¡Oh fortuna divina
Por ninguno ignorada!
Agua dulce en que tantos
Sus espíritus lavan,
No hay nada comparable
Con tus orillas santas
Si una tristeza honda
Nos ha dado sus alas. |
Libro de poemas | LA SOMBRA DE MI ALMA | LA sombra de mi alma
Huye por un ocaso de alfabetos,
Niebla de libros
Y palabras.
¡La sombra de mi alma!
He llegado a la linea donde cesa
La nostalgia,
Y la gota de llanto se transforma
Alabastro de espíritu.
(¡La sombra de mi alma!)
El copo del dolor
Se acaba,
Pero queda la razón y la substancia
De mi viejo medio día de labios
de mi viejo medio día
De miradas.
Un turbio laberinto
De estrellas ahumadas
Enreda mi ilusión
Casi marchita.
¡La sombra de mi alma!
Y una alucinación
Me ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
Desmoronada.
¡Ruiseñor mío!
¡Ruiseñor!
¿Aún cantas? |
Libro de poemas | LLUVIA | LA lluvia tiene un vago secreto de ternura,
Algo de soñolencia resignada y amable.
Una música humilde se despierta con ella
Que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
El mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frió de cielo y tierra viejos
Con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
Y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
Y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida,
El fatal sentimiento de haber nacido tarde,
O la ilusión inquieta de un mañana imposible
Con la inquietud cercana del dolor de la carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo,
Nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
Pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
Al contemplar las gotas muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran
Al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
Y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
Lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa sin tormentas ni vientos,
Lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
Lluvia buena y pacífica que eres la verdadera,
La que amorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
Almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
Las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio
Y la historia sonora que cuentas al ramaje
Los comenta llorando mi corazón desierto
En un negro y profundo pentágrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
Tristeza resignada de cosa irrealizable,
Tengo en el horizonte un lucero encendido
Y el corazón me impide que corra a contemplarle.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
Y eres sobre el piano dulzura emocionante.
Das al alma las mismas nieblas y resonancias
Que pones en el alma dormida del paisaje! |
Libro de poemas | SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR | YO pronuncio tu nombre
En las noches obscuras
Cuando vienen los astros
A beber en la luna
Y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
Muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche obscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
Y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces
Alguna vez? ¿Qué culpa
Tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma
¿Qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
Deshojar a la luna!! |
Libro de poemas | EL CANTO DE LA MIEL | LA miel es la palabra de Cristo.
El oro derretido de su amor.
El más allá del néctar.
La momia de la luz del paraíso.
La colmena es una estrella casta,
Pozo de ambar que alimenta el ritmo
De las abejas. Seno de los campos
Tembloroso de aromas y zumbidos.
La miel es la epopeya del amor,
La materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
Condensada a través de otro espíritu.
(Así la miel del hombre es la poesía
Que mana de su pecho dolorido,
De un panal con la cera del recuerdo
Formado por la abeja de lo intimo.)
La miel es la bucólica lejana
Del pastor, la dulzaina y el olivo.
Hermana de la leche y las bellotas,
Reinas supremas del dorado siglo.
La miel es como el sol de la mañana,
Tiene toda la gracia del estío
Y la frescura vieja del Otoño.
Es la hoja marchita y es el trigo.
¡Oh divino licor de la humildad,
Sereno como un verso primitivo!
La armonía hecha carne tú eres,
El resumen genial de lo lírico.
En ti duerme la melancolía,
El secreto del beso y del grito.
Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo.
Dulce como los vientres de las hembras.
Dulce como los ojos de los niños.
Dulce como la sombra de la noche.
Dulce como una voz
O como un lirio.
Para el que lleva la pena y la lira,
Eres sol que ilumina el camino.
Equivales a todas las bellezas
Al color, a la luz, a los sonidos.
¡Oh! Divino licor de la esperanza,
Donde a la perfección del equilibrio
Llegan alma y materia en unidad
Como en la hostia cuerpo y luz de Cristo.
Y el alma superior es de las flores.
¡Oh licor que esas almas has unido!
El que te gusta no sabe que traga
Un resumen dorado del lirismo. |
Libro de poemas | ELEGÍA
ELEGÍA | Como un incensario lleno de deseos,
pasas en la tarde luminosa y clara
con la carne oscura de nardo marchito
y el sexo potente sobre tu mirada.
Llevas en la boca tu melancolía
de pureza muerta, y en la dionisíaca
copa de tu vientre la araña que teje
el velo infecundo que cubre la entraña
nunca florecida con las vivas rosas
fruto de los besos.
En tus manos blancas
llevas la madeja de tus ilusiones,
muertas para siempre, y sobre tu alma
la pasión hambrienta de besos de fuego
y tu amor de madre que sueña lejanas
visiones de cunas en ambientes quietos,
hilando en los labios lo azul de la nana.
Como Ceres dieras tus espigas de oro
si el amor dormido tu cuerpo tocara,
y como la virgen María pudieras
brotar de tus senos otra vía láctea.
Te marchitarás como la magnolia.
Nadie besará tus muslos de brasa.
Ni a tu cabellera llegarán los dedos
que la pulsen como
las cuerdas de un arpa.
¡Oh mujer potente de ébano y de nardo!,
cuyo aliento tiene blancor de biznagas.
Venus del mantón de Manila que sabe
del vino de Málaga y de la guitarra.
¡Oh cisne moreno!, cuyo lago tiene
lotos de saetas, olas de naranjas
y espumas de rojos claveles que aroman
los nidos marchitos que hay bajo sus alas.
Nadie te fecunda. Mártir andaluza,
tus besos debieron ser bajo una parra
plenos del silencio que tiene la noche
y del ritmo turbio del agua estancada.
Pero tus ojeras se van agrandando
y tu pelo negro va siendo de plata;
tus senos resbalan escanciando aromas
y empieza a curvarse tu espléndida espalda.
¡Oh mujer esbelta, maternal y ardiente!
Virgen dolorosa que tiene clavadas
todas las estrellas del cielo profundo
en su corazón ya sin esperanza.
Eres el espejo de una Andalucía
que sufre pasiones gigantes y calla,
Pasiones mecidas por los abanicos
y por las mantillas sobre las gargantas
Que tienen temblores de sangre, de nieve,
y arañazos rojos hechos por miradas.
Te vas por la niebla del otoño, virgen
como Inés, Cecilia, y la dulce Clara,
siendo una bacante que hubiera danzado
de pámpanos verdes y vid coronada.
La tristeza inmensa que flota en tus ojos
nos dice tu vida rota y fracasada,
la monotonía de tu ambiente pobre
viendo pasar gente desde tu ventana,
oyendo la lluvia sobre la amargura
que tiene la vieja calle provinciana,
mientras que a lo lejos suenan los clamores
turbios y confusos de unas campanadas.
Mas en vano escuchaste los acentos del aire.
Nunca llegó a tus oídos la dulce serenata.
Detrás de tus cristales aún miras anhelante.
¡Qué tristeza tan honda tendrás dentro del alma
al sentir en el pecho ya cansado y exhausto
la pasión de una niña recién enamorada!
Tu cuerpo irá a la tumba
intacto de emociones.
Sobre la oscura tierra
brotará una alborada.
De tus ojos saldrán dos claveles sangrientos,
y de tus senos, rosas como la nieve blancas.
Pero tu gran tristeza se irá con las estrellas,
como otra estrella digna de herirlas y eclipsarlas. |
Libro de poemas | SANTIAGO
(BALADA INGENUA) | I
Esta noche ha pasado Santiago
su camino de luz en el cielo.
Lo comentan los niños jugando
con el agua de un cauce sereno.
¿Dónde va el peregrino celeste
por el claro infinito sendero?
Va a la aurora que brilla en el fondo
en caballo blanco como el hielo.
¡Niños chicos, cantad en el prado,
horadando con risas al viento!
Dice un hombre que ha visto a Santiago
en tropel con doscientos guerreros;
iban todos cubiertos de luces,
con guirnaldas de verdes luceros,
y el caballo que monta Santiago
era un astro de brillos intensos.
Dice el hombre que cuenta la historia
que en la noche dormida se oyeron
tremolar plateado de alas
que en sus ondas llevóse el silencio.
¿Qué sería que el río paróse?
Eran ángeles los caballeros.
¡Niños chicos, cantad en el prado,
horadando con risas al viento!
Es la noche de luna menguante.
¡Escuchad! ¿Qué se siente en el cielo,
que los grillos refuerzan sus cuerdas
y dan voces los perros vegueros?
—Madre abuela, ¿cuál es el camino,
madre abuela, que yo no lo veo?
—Mira bien y verás una cinta
de polvillo harinoso y espeso,
un borrón que parece de plata
o de nácar. ¿Lo ves?
—Ya lo veo.
—Madre abuela. ¿Dónde está Santiago?
—Por allí marcha con su cortejo,
la cabeza llena de plumajes
y de perlas muy finas el cuerpo,
con la luna rendida a sus plantas,
con el sol escondido en el pecho.
Esta noche en la vega se escuchan
los relatos brumosos del cuento.
¡Niños chicos, cantad en el prado,
horadando con risas al viento!
II
Una vieja que vive muy pobre
en la parte más alta del pueblo,
que posee una rueca inservible,
una virgen y dos gatos negros,
mientras hace la ruda calceta
La cabeza llena de plumajes
Y de perlas muy finas el cuerpo,
Con la luna rendida a sus plantas,
Con el sol escondido en el pecho.
Esta noche en la vega se escuchan
Los relatos brumosos del cuento.
¡Niños chicos, cantad en el prado,
Horadando con risas al viento!
II
Una vieja que vive muy pobre
En la parte más alta del pueblo,
Que posee una rueca inservible,
Una virgen y dos gatos negros,
Mientras hace la ruda calceta
Con sus secos y temblones dedos,
Rodeada de buenas comadres
Y de sucios chiquillos traviesos,
En la paz de la noche tranquila,
Con las sierras perdidas en negro,
Va contando con ritmos tardíos
La visión que ella tuvo en sus tiempos.
Ella vió en una noche lejana
Como ésta, sin ruidos ni vientos,
Al apostol Santiago en persona,
Peregrino en la tierra del cielo.
—Y comadre, ¿cómo iba vestido?
—La preguntan dos voces a un tiempo—.
—Con bordón de esmeraldas y perlas
Y una túnica de terciopelo.
Cuando hubo pasado la puerta,
Mis palomas sus alas tendieron,
Y mi perro, que estaba dormido,
Fué tras él, sus pisadas lamiendo.
Era dulce el Apostol divino,
Más aún que la luna de Enero.
A su paso dejó por la senda
Un olor de azucena y de incienso.
—Y comadre, ¿no le dijo nada?
—La preguntan dos voces a un tiempo—.
—Al pasar me miró sonriente
Y una estrella dejóme aquí dentro.
—¿Dónde tienes guardada esa estrella?
—La pregunta un chiquillo travieso—.
—¿Se ha apagado—dijéronle otros—
Como cosa de un encantamiento?
—No hijos míos, la estrella relumbra,
Que en el alma clavada la llevo.
—¿Cómo son las estrellas aquí?
—Hijo mío, igual que en el cielo.
—Siga, siga la vieja comadre.
¿Dónde iba el glorioso viajero?
—Se perdió por aquellas montañas
Con mis blancas palomas y el perro.
Pero llena dejóme la casa
De rosales y de jazmineros,
Y las uvas verdes de la parra
Maduraron, y mi troje lleno
Encontré a la siguiente mañana.
Todo obra del Apostol bueno.
—¡Grande suerte que tuvo, comadre!
—Sermonean dos voces a un tiempo—.
Los chiquillos están ya dormidos
Y los campos en hondo silencio.
¡Niños chicos, pensad en Santiago
Por los turbios caminos del sueño!
¡Noche clara, finales de Julio!
¡Ha pasado Santiago en el cielo!
La tristeza que tiene mi alma,
Por el blanco camino la dejo,
Para ver si la encuentran los niños
Y en el agua la vayan hundiendo,
Para ver si en la noche estrellada
A muy lejos la llevan los vientos. |
Libro de poemas | EL DIAMANTE | EL diamante de una estrella
Ha rayado el hondo cielo,
Pájaro de luz que quiere
Escapar del universo
Y huye del enorme nido
Donde estaba prisionero
Sin saber que lleva atada
Una cadena en el cuello.
Cazadores extrahumanos
Están cazando luceros,
Cisnes de plata maciza
En el agua del silencio.
Los chopos niños recitan
Su cartilla, es el maestro
Un chopo antiguo que mueve
Tranquilo sus brazos muertos.
Ahora en el monte lejano
Jugarán todos los muertos
A la baraja. ¡Es tan triste
La vida en el cementerio!
¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu agujero!
Haced un bosque sonoro
Con vuestras flautas. Yo vuelvo
Hacia mi casa intranquilo.
Se agitan en mi cerebro
Dos palomas campesinas
Y en el horizonte, ¡lejos!,
Se hunde el arcaduz del día.
¡Terrible noria del tiempo! |
Libro de poemas | MADRIGAL DE VERANO
Agosto de
(VEGA DE ZUJAIRA)
MADRIGAL DE VERANO | Agosto de 1920 (Vega de Zujaira )
Junta tu roja boca con la mía,
¡oh Estrella la gitana!
Bajo el oro solar del mediodía
morderé la manzana.
En el verde olivar de la colina
hay una torre mora,
del color de tu carne campesina
que sabe a miel y aurora.
Me ofreces en tu cuerpo requemado,
el divino alimento
que da flores al cauce sosegado
y luceros al viento.
¿Cómo a mí te entregaste, luz morena?
¿Por qué me diste llenos
de amor tu sexo de azucena
y el rumor de tus senos?
¿No fue por mi figura entristecida?
(¿Oh mis torpes andares!)
¿Te dio lástima acaso de mi vida,
marchita de cantares?
¿Cómo no has preferido a mis lamentos
los muslos sudorosos
de un San Cristóbal campesino, lentos
en el amor y hermosos?
Danaide del placer eres conmigo.
Femenino silvano.
Huelen tus besos como huele el trigo
reseco del verano.
Enturbíame los ojos con tu canto.
Deja tu cabellera
extendida y solemne como un manto
de sombra en la pradera.
Píntame con tu boca ensangrentada
un cielo del amor,
en un fondo de carne la morada
estrella de dolor.
Mi pegaso andaluz está cautivo
de tus ojos abiertos;
volará desolado y pensativo,
cuando los vea muertos.
Y aunque no me quisieras te querría
por tu mirar sombrío,
como quiere la alondra al nuevo día,
sólo por el rocío.
Junta tu roja boca con la mía,
¡oh Estrella la gitana!
Déjame bajo el claro mediodía
consumir la manzana.
DICE la tarde,
¡Tengo sed de sombra!
Dice la luna: «Yo, sed de luceros»
La fuente cristalina pide labios
Y suspiros el viento.
Yo tengo sed de aromas y de risas.
Sed de cantares nuevos
Sin lunas y sin lirios,
Y sin amores muertos.
Un cantar de mañana que estremezca
A los remansos quietos
Del porvenir. Y llene de esperanza
Sus ondas y sus cienos.
Un cantar luminoso y reposado
Pleno de pensamiento,
Virginal de tristezas y de angustias
Y virginal de ensueños,
Cantar sin carne lírica que llene
De risas el silencio.
(Una bandada de palomas ciegas
Lanzadas al misterio.)
Cantar que vaya al alma de las cosas
Y al alma de los vientos
Y que descanse al fin en la alegría
Del corazón eterno. |
Libro de poemas | ALBA | MI corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada
¡Que haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Que haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Porqué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada. |
Libro de poemas | EL PRESENTIMIENTO
Agosto de
(VEGA DE ZUJAIRA) | EL presentimiento Es la sonda del alma
En el misterio.
Nariz del corazón,
Palo de ciego
Que explora en la tiniebla
Del tiempo.
Ayer es lo marchito,
El sentimiento
Y el campo funeral
Del recuerdo.
Anteayer,
Es lo muerto.
Madriguera de ideas moribundas
De pegasos sin freno.
Malezas de memorias,
Y desiertos
Perdidos en la niebla
De los sueños.
Nada turba los siglos
Pasados.
No podemos
Arrancar un suspiro
De lo viejo.
El pasado se pone
Su coraza de hierro,
Y tapa sus oídos
Con algodón del viento.
Nunca podrá arrancársele
Un secreto.
Sus músculos de siglos
Y su cerebro
De marchitas ideas
En feto
No darán el licor que necesita
El corazón sediento.
Pero el niño futuro
Nos dirá algún secreto
Cuando juegue en su cama
De luceros.
Y es fácil engañarle;
Por eso,
Démosle con dulzura
Nuestro seno,
Que el topo silencioso
Del presentimiento
Nos traerá sus sonajas
Cuando se esté durmiendo. |
Libro de poemas | CANCIÓN PARA LA LUNA | BLANCA tortuga,
Luna dormida,
¡Qué lentamente
Caminas!
Cerrando un párpado
De sombra, miras
Cual arqueológica
Pupila.
Que quizás sea...
(Satán es tuerto)
Una reliquia,
Viva lección
Para anarquistas.
Jehová acostumbra
Sembrar su finca
Con ojos muertos
Y cabecitas
De sus contrarias
Milicias.
Gobierna rígido
La Fez divina
Con su turbante
De niebla fría,
Poniendo dulces
Astros sin vida
Al rubio cuervo
Del día.
Por eso, luna,
¡Luna dormida!,
Vas protestando
Seca de brisas,
Del gran abuso
La tiranía
De ese Jehová
Que os encamina
Por una senda,
¡Siempre la misma!,
Mientra Él goza
En compañía
De Doña Muerte,
Que es su querida...
Blanca tortuga,
Luna dormida,
Casta Verónica
Del sol que limpias
En el ocaso
Su faz rojiza.
Ten esperanza,
Muerta pupila,
Que el gran Lenin
De tu campiña
Será la Osa
Mayor, la arisca
Fiera del cielo
Que irá tranquila
A dar su abrazo
De despedida,
Al viejo enorme
De los seis días.
Y entonces, luna
Blanca, vendría
El puro reino
De la ceniza.
(Ya habréis notado
Que soy nihilista.) |
Libro de poemas | ELEGÍA DEL SILENCIO | SILENCIO, ¿dónde llevas
Tu cristal empañado
De risas, de palabras
Y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio,
El rocío del canto
Y las manchas sonoras
Que los mares lejanos
Dejan sobre la albura
Serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas
Cuando sobre los campos
Alguna vieja noria
Clava su lento dardo
En tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso
Te hieren las campanas
Y quiebran tu remanso
Las bandadas de coplas
Y el gran rumor dorado
Que cae sobre los montes
azules sollozando?
El aire del invierno
Hace tu azul pedazos,
Y troncha tus florestas
El lamentar callado
De alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
La espina de la risa
O el caluroso hachazo
De la pasión encuentras.
Si te vas a los astros,
El zumbido solemne
De los azules pájaros
Quiebra el gran equilibrio
De tu escondido cráneo.
Huyendo del sonido
Eres sonido mismo,
Espectro de harmonía,
Humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
En las noches obscuras
La palabra infinita
Sin aliento y sin labios.
Taladrado de estrellas
Y maduro de música,
¿Dónde llevas, silencio,
Tu dolor extrahumano,
Dolor de estar cautivo
En la araña melódica,
Ciego ya para siempre
Tu manantial sagrado?
Hoy arrastran tus ondas
Turbias de pensamiento
La ceniza sonora
Y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos
Que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
Del mar, momificado.
Si Jehová se ha dormido
Sube al trono brillante
Quiébrale en su cabeza
Un lucero apagado,
Y acaba seriamente
Con la música eterna,
La harmonía sonora
De luz, y mientras tanto,
Vuelve a tu manantial,
Donde en la noche eterna,
Antes que Dios y el Tiempo,
Manabas sosegado. |
Libro de poemas | BALADA DE UN DÍA DE JULIO | Esquilones de plata
llevan los bueyes.
—¿Dónde vas, niña mía,
de sol y nieve?
—Voy a las margaritas
del prado verde.
—El prado está muy lejos
y miedo tienes.
—Al airón y a la sombra
mi amor no teme.
—Teme al sol, niña mía,
de sol y nieve.
—Se fue de mis cabellos
ya para siempre.
—¿Quién eres, blanca niña?
¿De dónde vienes?
—Vengo de los amores
y de las fuentes.
Esquilones de plata
llevan los bueyes.
—¿Qué llevas en la boca
que se te enciende?
—La estrella de mi amante
que vive y muere.
—¿Qué llevas en el pecho,
tan fino y leve?
—La espada de mi amante
que vive y muere.
—¿Qué llevas en los ojos,
negro y solemne?
—Mi pensamiento triste
que siempre hiere.
—¿Por qué llevas un manto
negro de muerte?
—¡Ay, yo soy la viudita,
triste y sin bienes,
del conde del Laurel
de los Laureles!
—¿A quién buscas aquí,
si a nadie quieres?
—Busco el cuerpo del conde
de los Laureles.
—¿Tú buscas el amor,
viudita aleve?
Tú buscas un amor
que ojalá encuentres.
—Estrellitas del cielo
son mis quereres,
¿dónde hallaré a mi amante
que vive y muere?
—Está muerto en el agua,
niña de nieve,
cubierto de nostalgias
y de claveles.
—¡Ay!, caballero errante
de los cipreses,
una noche de luna
mi alma te ofrece.
—¡Ah Isis soñadora!
Niña sin mieles,
la que en boca de niños
su cuento vierte.
Mi corazón te ofrezco.
Corazón tenue,
herido por los ojos
de las mujeres.
—Caballero galante,
con Dios te quedes.
Voy a buscar al conde
de los Laureles.
—Adiós, mi doncellita,
rosa durmiente,
tú vas para el amor
y yo a la muerte.
Esquilones de plata
llevan los bueyes.
Mi corazón desangra
como una fuente. |
Libro de poemas | IN MEMORIAM | DULCE chopo,
Dulce chopo,
Te has puesto
De oro.
Ayer estabas verde,
Un verde loco
De pájaros
Gloriosos.
Hoy estás abatido
Bajo el cielo de agosto
Como yo bajo el cielo
De mi espíritu rojo.
La fragancia cautiva
De tu tronco
Vendrá a mi corazón
Piadoso.
¡Rudo abuelo del prado!
Nosotros,
Nos hemos puesto
De oro. |
Libro de poemas | SUEÑO | MI corazón reposa junto a la fuente fría.
(Llénalo con tus hilos
Araña del olvido.)
El agua de la fuente su canción le decía.
(Llénala con tus hilos
Araña del olvido.)
Mi corazón despierto sus amores decía.
(Araña del silencio,
Téjele tu misterio.)
El agua de la fuente lo escuchaba sombría.
(Araña del silencio,
Téjele tu misterio.)
Mi corazón se vuelca sobre la fuente fría.
(Manos blancas, lejanas,
Detened a las aguas.)
Y el agua se lo lleva cantando de alegría.
(¡Manos blancas, lejanas,
Nada queda en las aguas!) |
Libro de poemas | PAISAJE | LAS estrellas apagadas
Llenan de ceniza el río
Verdoso y frío.
La fuente no tiene trenzas.
Va se han quemado los nidos
escondidos.
Las ranas hacen del cauce
Una siringa encantada
Desafinada.
Sale del monte la luna,
Con su cara bonachona
De jamona.
Una estrella le hace burla
Desde su casa de añil
Infantil.
El débil color rosado
Hace cursi el horizonte
Del monte,
Y observo que el laurel tiene
Cansancio de ser poético
Y profético.
Como la hemos visto siempre
El agua se va durmiendo,
Sonriyendo.
Todo llora por costumbre,
Todo el campo se lamenta
Sin darse cuenta.
Yo, por no desafinar,
Digo por educación:
«¡Mi corazón!».
Pero una grave tristeza
Tiñe mis labios manchados
De pecados.
Yo voy lejos del paisaje.
Hay en mi pecho una hondura
De sepultura.
Un murciélago me avisa
Que el sol se esconde doliente
En el Poniente.
¡Pater noster por mi amor!
(Llanto de las alamedas
Y arboledas.)
En el carbón de la tarde
Miro mis ojos lejanos,
Cual milanos.
Y despeino mi alma muerta
Con arañas de miradas
Olvidadas.
Ya es de noche, y las estrellas
Clavan puñales al río
Verdoso y frío. |
Libro de poemas | NOVIEMBRE0 | TODOS los ojos
Estaban abiertos
Frente a la soledad
Despintada por el llanto.
Tin
Tan,
Tin
Tan.
Los verdes cipreses
Guardaban su alma
Arrugada por el viento,
Y las palabras como guadañas
Segaban almas dé flores.
Tin
Tan,
Tin
Tan.
El cielo estaba marchito.
¡Oh tarde cautiva por las nubes,
Esfinge sin ojos!
Obeliscos y chimeneas
Hacían pompas de jabón.
Tin
Tan,
Tin
Tan.
Los ritmos se curvaban
Y se curvaba el aire,
Guerreros de niebla
Hacían de los árboles
Catapultas.
Tin
Tan,
Tin
Tan.
¡Oh tarde,
Tarde de mi otro beso!
Tema lejano de mi sombra,
¡Sin rayo de oro!
Cascabel vacío.
Tarde desmoronada
Sobre piras de silencio.
Tin
Tan,
Tin
Tan. |
Libro de poemas | PREGUNTAS | UN pleno de cigarras tiene el campo.
—¿Qué dices, Marco Aurelio,
De estas viejas filósofas del llano?—
¡Pobre es tu pensamiento!
Corre el agua del rio mansamente.
—¡Oh, Sócrates! ¿Qué ves
En el agua que va a la amarga muerte?—
¡Pobre y triste es tu fe!
Se deshojan las rosas en el lodo.
¡Oh, dulce Juan de Dios!
¿Qué ves en estos pétalos gloriosos?
¡Chico es tu corazón! |
Libro de poemas | LA VELETA YACENTE | EL duro corazón de la veleta
Entre el libro del tiempo.
(Una hoja la tierra
Y otra hoja el encielo.)
Aplastóse doliente sobre letras
De tejados viejos.
Lírica flor de torre
Y luna de los vientos,
Abandona el estambre de la cruz
Y dispersa sus pétalos,
Para caer sobre las losas frías
Comida por la oruga
De los ecos.
Yaces bajo una acacia.
¡Memento!
No podías latir
Porque eras de hierro...
Mas poseíste la forma,
¡Conténtate con eso!
Y húndete bajo el verde
Légamo,
En busca de tu gloria
De fuego,
Aunque te llamen tristes
Las torres desde lejos
Y oigas en las veletas
Chirriar tus compañeros.
Húndete bajo el paño
Verdoso de tu lecho,
Que ni la blanca monja,
Ni el perro,
Ni la luna menguante,
Ni el lucero,
Ni el turbio sacristán
Del convento,
Recordarán tus gritos
Del invierno.
Húndete lentamente,
Que si no, luego,
Te llevarán los hombres
De los trapos viejos.
Y ojalá pudiera darte
Por compañero
Este corazón mío
¡Tan incierto! |
Libro de poemas | CORAZÓN NUEVO | MI corazón, como una sierpe,
Se ha desprendido de su piel,
Y aquí lo miro entre mis dedos
Llena de heridas y de miel.
Los pensamientos que anidaron
En tus arrugas ¿dónde están?
¿Dónde las rosas que aromaron
A Jesucristo y a Satán?
¡Pobre envoltura que ha oprimido
A mi fantástico lucero!
Gris pergamino dolorido
De lo que quise y ya no quiero.
Yo veo en ti fetos de ciencias,
Momias de versos y esqueletos
De mis antiguas inocencias
Y mis románticos secretos.
¿Te colgaré sobre los muros
De mi museo sentimental,
Junto a los gélidos y obscuros
Lirios durmientes de mi mal?
¿O te pondré sobre los pinos
—Libro doliente de mi amor—
Para que sepas de los trinos
Que da a la aurora el ruiseñor? |
Libro de poemas | SE HA PUESTO EL SOL | Se ha puesto el sol. Los árboles
Meditan como estatuas.
Ya está el trigo segado.
¡Qué tristeza
De las norias paradas!
Un perro campesino
Quiere comerse a Venus y le ladra.
Brilla sobre su campo de pre-beso,
Como una gran manzana.
Los mosquitos, Pegasos del rocío,
Vuelan, el aire en calma.
La Penelope inmensa de la luz
Teje una noche clara.
¡Hijas mías, dormid, que viene el lobo,
Las ovejitas balan.
¿Ha llegado el otoño, compañeras?
Dice una flor ajada.
¡Ya vendrán los pastores con sus nidos
Por la sierra lejana!
Ya jugarán los niños en la puerta
De la vieja posada,
Y habrá coplas de amor
Que ya se saben
De memoria las casas. |
Libro de poemas | PAJARITA DE PAPEL | ¡OH pajarita de papel!
Aguila de los niños.
Con las plumas de letras,
Sin palomo
Y sin nido.
Las manos aun mojadas de misterio
Te crean en un frío
Anochecer de otoño, cuando mueren
Los pájaros y el ruido
De la lluvia nos hace amar la lámpara,
El corazón y el libro.
Naces para vivir unos minutos
En el frágil castillo
De naipes que se eleva tembloroso
Como el tallo de un lirio,
Y meditas allí ciega y sin alas
Que pudiste haber sido
El atleta grotesco que sonríe
Ahorcado por un hilo,
El barco silencio sin remeros ni velamen,
El lírico
Buque fantasma del miedoso insecto,
O el triste borriquito
Que escarnecen, haciéndolo pegaso,
Los soplos de los niños.
Pero enmedio de tu meditación
Van gotas de humorismo.
Hecha con la corteza de la ciencia
Te ríes del destino,
Y gritas: Blanca flor no muere nunca,
Ni se muere Luisito.
La mañana es eterna, es eterna
La fuente del rocío.
Y aunque no crees en nada dices esto,
No se enteren los niños,
De que hay sombra detrás de las estrellas
Y sombra en tu castillo.
Enmedio de la mesa, al derrumbarse
Tu azul mansión, has visto
Que el milano te mira ansiosamente:
Es un recién nacido.
Una pompa de espuma sobre el agua
Del sufrimiento vivo.
Y tú vas a sus labios luminosos
Mientras ríen los niños,
Y callan los papás no sea despierten
Los dolores vecinos.
Así pájaro clonw desapareces
Para nacer en otro sitio.
Así pájaro esfinge das tu alma
De ave fénix al limbo. |
Libro de poemas | MADRIGAL | MI beso era una granada,
Profunda y abierta;
Tu boca era rosa
De papel.
El fondo un campo de nieve.
Mis manos eran hierros
Para los yunques,
Tu cuerpo era el ocaso
De una campanada.
El fondo un campo de nieve.
En la agujereada
Calavera azul
Hicieron estalactitas
Mis te quiero.
El fondo un campo de nieve.
Llenáronse de moho
Mis sueños infantiles,
Y taladró a la luna
Mi dolor salomónico.
El fondo un campo de nieve.
Ahora a maestro grave
A la alta escuela,
A mi amor y a mis sueños
(Caballitos sin ojos).
Y el fondo es un campo de nieve. |
Libro de poemas | UNA CAMPANA | UNA campana serena
Crucificada en su ritmo
Define a la mañana
Con peluca de niebla
Y arroyos de lágrimas.
Mi viejo chopo
Turbio de ruiseñores
Esperaba
Poner entre las hierbas
Sus ramas
Mucho antes que el otoño
Lo dorara.
Pero los puntales
De mis miradas
Lo sostenían.
¡Viejo chopo, aguarda!
¿No sientes la madera
De mi amor desgarrada?
Tiéndete en la pradera
Cuando cruja mi alma
Que un vendaval de besos
Y palabras
Ha dejado rendida,
Lacerada. |
Libro de poemas | CONSULTA | ¡Pasionaria azul!
Yunque de mariposas.
¿Vives bien en el limo
De las horas?
(¡Oh, poeta infantil
Quiebra tu reloj!)
Clara estrella azul,
Ombligo de la aurora.
¿Vives bien en la espuma
De la sombra?
(¡Oh, poeta infantil
Quiebra tu reloj!)
Corazón azulado,
Lámpara de mi alcoba.
¿Lates bien sin mi sangre
Filarmónica?
(¡Oh, poeta infantil
Quiebra tu reloj!)
Os comprendo y me dejo
Arrumbado en la cómoda
Al insecto del tiempo.
Sus metálicas gotas
No se oirán en la calma
De mi alcoba.
Me dormiré tranquilo
Como dormis vosotras
Pasionarias y estrellas,
Que al fin, la mariposa,
Volará en la corriente
De las horas
Mientras nace en mi tronco
La rosa. |
Libro de poemas | TARDE | TARDE lluviosa en gris cansado,
Y sigue el caminar.
Los árboles marchitos.
Mi cuarto, solitario.
Y los retratos viejos
Y el libro sin cortar...
Chorrea la tristeza por los muebles
Y por mi alma.
Quizá,
No tenga para mí Naturaleza
El pecho de cristal.
Y me duele la carne del corazón
Y la carne del alma.
Y al hablar,
Se quedan mis palabras en el aire
Como corchos sobre agua.
Sólo por tus ojos
Sufro yo este mal,
Tristezas de antaño
Y las que vendrán.
Tarde lluviosa en gris cansado,
Y sigue el caminar. |
Libro de poemas | HAY ALMAS QUE TIENEN... | HAY almas que tienen
Azules luceros,
Mañanas marchitas
Entre hojas del tiempo,
Y castos rincones
Que guardan un viejo
Rumor de nostalgias
Y sueños.
Otras almas tienen
Dolientes espectros
De pasiones. Frutas
Con gusanos. Ecos
De una voz quemada
Que viene de lejos
Como una corriente
De sombra. Recuerdos
Vacíos de llanto,
Y migajas de besos.
Mi alma está madura
Hace mucho tiempo,
Y se desmorona
Turbia de misterio.
Piedras juveniles
Roídas de ensueño
Caen sobre las aguas
De mis pensamientos.
Cada piedra dice:
¡Dios está muy lejos! |
Libro de poemas | PROLOGO | MI corazón está aquí,
Dios mío.
Hunde tu cetro en él, Señor.
Es un membrillo
Demasiado otoñal
Y está podrido.
Arranca los esqueletos
De los gavilanes líricos
Que tanto, tanto lo hirieron,
Y si acaso tienes pico
Móndale su corteza
De Hastío.
Mas si no quieres hacerlo,
Me da lo mismo,
Guárdate tu cielo azul
Que es tan aburrido.
El rigodón de los astros
Y tu Infinito,
Que yo pediré prestado
El corazón a un amigo.
Un corazón con arroyos
Y pinos,
Y un ruiseñor de hierro
Que resista
El martillo
De los siglos.
Ademas, Satanás me quiere mucho,
Fué compañero mió
En un examen de
Lujuria, y el pícaro,
Buscará a Margarita
—Me lo tiene ofrecido—
Margarita morena,
Sobre un fondo de viejos olivos,
Con dos trenzas de noche
De Estío,
Para que yo desgarre
Sus muslos limpios.
Y entonces, ¡oh Señor!,
Seré tan rico
O más que tú,
Porque el vació
No puede compararse
Al vino
Con que Satán obsequia
A sus buenos amigos.
Licor hecho con llanto.
¡Qué más da!
Es lo mismo
Que tu licor compuesto
De trinos.
Dime, Señor,
¡Dios mió!
¿Nos hundes en la sombra
Del abismo?
¿Somos pájaros ciegos
Sin nidos?
La luz se va apagando.
¿Y el aceite divino?
Las olas agonizan.
¿Has querido
Jugar como si fuéramos
Soldaditos?
Dime, Señor,
¡Dios mió!
¿No llega el dolor nuestro
A tus oídos?
¿No han hecho las blasfemias
Babeles sin ladrillos
Para herirte, o te gustan.
Los gritos?
¿Estás sordo? ¿Estás ciego?
¿O eres bizco
De espíritu
Y ves el alma humana
Con tonos invertidos?
¡Oh Señor soñoliento!
¡Mira mi corazón
Frío
Como un membrillo
Demasiado otoñal
Que está podrido!
Si tu luz va a llegar
Abre los ojos vivos
Pero si continúas
Dormido,
Ven, Satanás errante,
Sangriento peregrino,
Ponme la Margarita
Morena en los olivos
Con las trenzas de noche
De Estío,
Que yo sabré encenderle
Sus ojos pensativos
Con mis besos manchados
De lirios.
Y oiré una tarde ciega
Mi ¡Enrique! ¡Enrique!
Lírico,
Mientras todos mis sueños
Se llenan de rocío.
Aquí, Señor, te dejo
Mi corazón antiguo,
Voy a pedir prestado
Otro nuevo a un amigo.
Corazón con arroyos
Y pinos.
Corazón sin culebras
Ni lirios.
Robusto, con la gracia
De un joven campesino,
Que atraviesa de un salto
El rio. |
Libro de poemas | BALADA INTERIOR | EL corazón,
Que tenía en la escuela
Donde estuvo pintada
La cartilla primera,
¿Está en ti,
Noche negra?
(Frío, frío,
Como el agua
Del rio.)
El primer beso
Que supo a beso y fue
Para mis labios niños
Como la lluvia fresca,
¿Está en ti,
Noche negra?
(Frío, frío,
Como el agua
Del río.)
Mí primer verso.
La niña de las trenzas
Que miraba de frente,
¿Está en ti,
Noche negra?
(Frío, frío,
Como el agua
Del rio.)
Pero mi corazón
Roído de culebras,
El que estuvo colgado
Del árbol de la ciencia,
¿Está en ti,
Noche negra?
(Caliente, caliente,
Como el agua
De la fuente.)
Mi amor errante,
Castillo sin firmeza,
De sombras enmohecidas,
¿Está en ti,
Noche negra?
(Caliente, caliente,
Como el agua
De la fuente.)
¡Oh, gran dolor!
Admites en tu cueva
Nada más que la sombra.
¿Es cierto,
Noche negra?
(Caliente, caliente,
Como el agua
De la fuente.)
¡Oh, corazón perdido!
¡Réquiem aeternam! |
Libro de poemas | EL LAGARTO VIEJO | EN la agostada senda
He visto al buen lagarto
(Gota de cocodrilo)
Meditando.
Con su verde levita
De abate del diablo,
Su talante correcto
Y su cuello planchado,
Tiene un aire muy triste
De viejo catedrático.
¡Esos ojos marchitos
De artista fracasado
Cómo miran la tarde
Desmayada!
¿Es este su paseo
Crepuscular, amigo?
Usad bastón, ya estáis
Muy viejo, Don Lagarto,
Y los niños del pueblo
Pueden daros un susto.
¿Qué buscáis en la senda,
Filósofo cegato,
Si el fantasma indeciso
De la tarde agosteña
Ha roto el horizonte?
¿Buscáis la azul limosna
Del cielo moribundo?
¿Un céntimo de estrella?
¿O acaso
Estudiásteis un libro
De Lamartine, y os gustan
Los trinos platerescos
De los pájaros?
(Miras al sol poniente,
Y tus ojos relucen,
¡Oh, dragón de las ranas!,
Con un fulgor humano.
Las góndolas sin remos
De las ideas, cruzan
El agua tenebrosa
De tus iris quemados.)
¿Venís quizá en la busca
De la bella lagarta,
Verde como los trigos
De Mayo,
Como las cabelleras
De las fuentes dormidas,
Que os despreciaba, y luego
Se fué de vuestro campo?
¡Oh, dulce idilio roto
Sobre la fresca juncia!
¡Pero vivi! ¡qué diantre!
Me habéis sido simpático.
El lema de «me opongo
A la serpiente» triunfa
En esa gran papada
De arzobispo cristiano.
Ya se ha disuelto el sol
En la copa del monte,
Y enturbian el camino
Los rebaños.
Es hora de marcharse,
Dejad la angosta senda
Y no continuéis
Meditando,
Que lugar tendréis luego
De mirar las estrellas
Cuando os coman sin prisa
Los gusanos.
¡Volved a vuestra casa
Bajo el pueblo de grillos!
¡Buenas noches, amigo
Don Lagarto!
Ya está el campo sin gente,
Los montes apagados
Y el camino desierto;
Sólo de cuando en cuando
Canta un cuco en la umbría
De los álamos. |
Libro de poemas | PATIO HÚMEDO |
LAS arañas
Iban por los laureles.
La casualidad
Se va tornando en nieve,
Y los años dormidos
Ya se atreven
A clavar los telares
Del siempre.
La Quietud hecha esfinge
Se ríe de la Muerte
Que canta melancólica
En un grupo
De lejanos cipreses.
La yedra de las gotas
Tapiza las paredes
Empapadas de arcaicos
Misereres.
¡Oh, torre vieja!
Llora
Tus lágrimas mudéjares
Sobre este grave patio
Que no tiene fuente.
Las arañas
Iban por los laureles. |
Libro de poemas | BALADA DE LA PLACETA |
CANTAN los niños
En la noche quieta:
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
Los NIÑOS.
¿Qué tiene tu divino
Corazón en fiesta?
Yo.
Un doblar de campanas
Perdidas en la niebla.
Los NIÑOS.
Ya nos dejas cantando
En la plazuela.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Qué tienes en tus manos
De primavera?
Yo.
Una rosa de sangre
Y una azucena.
Los NIÑOS.
Mójalas en el agua
De la canción añeja.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Qué sientes en tu boca
Roja y sedienta?
Yo.
El sabor de los huesos
De mi gran calavera.
Los NIÑOS.
Bebe el agua tranquila
De la canción añeja.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Por qué te vas tan lejos
De la plazuela?
Yo.
¡Voy en busca de magos
Y de princesas!
Los NIÑOS.
¿Quién te enseñó el camino
De los poetas?
Yo.
La fuente y el arroyo
De la canción añeja.
Los NIÑOS.
¿Te vas lejos, muy lejos
Del mar y dé la tierra?
Yo.
Se ha llenado de luces
Mi corazón de seda,
De campanas perdidas,
De lirios y de abejas.
Y yo me iré muy lejos,
Más allá de esas sierras,
Más allá de los mares,
Cerca de las estrellas,
Para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
Mi alma antigua de niño,
Madura de leyendas,
Con el gorro de plumas
Y el sable de madera.
Los NIÑOS.
Ya nos dejas cantando
En la plazuela,
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
Las pupilas enormes
De las frondas resecas,
Heridas por el viento,
Lloran las hojas muertas.
{ |
Libro de poemas | ENCRUCIJADA | OH, que dolor el tener
Versos en la lejanía
De la pasión, y el cerebro
Todo manchado de tinta!
¡Oh, que dolor no tener
La fantástica camisa
Del hombre feliz: la piel
—Alfombra del sol—curtida.
(Alrededor de mis ojos
Bandadas de letras giran.)
¡Oh, que dolor el dolor
Antiguo de la poesía,
Este dolor pegajoso
Tan lejos del agua limpia!
¡Oh, dolor de lamentarse
Por sorber la vena lírica!
¡Oh dolor de fuente ciega
Y molino sin harina!
¡Oh, que dolor no tener
Dolor y pasar la vida,
Sobre la hierba incolora
De la vereda indecisa!
¡Oh, el más profundo dolor,
El dolor de la alegría.
Reja que nos abre surcos
Donde el llanto fructifica!
(Por un monte de papel
Asoma la luna fría)
¡Oh dolor de la verdad!
¡Oh dolor de la mentira! |
Libro de poemas | HORA DE ESTRELLAS |
EL silencio redondo de la noche
Sobre el pentágrama
Del infinito.
Yo me salgo desnudo a la calle,
Maduro de versos
Perdidos.
Lo negro, acribillado
Por el canto del grillo,
Tiene ese fuego fatuo,
Muerto,
Del sonido.
Esa luz musical
Que percibe
El espíritu.
Los esqueletos de mil mariposas
Duermen en mi recinto.
Hay una juventud de brisas locas
Sobre el río. |
Libro de poemas | EL CAMINO | No conseguirá nunca
Tu lanza
Herir al horizonte.
La montaña
Es un escudo
Que lo guarda.
No sueñes con la sangre de la luna
Y descansa.
Pero deja camino,
Que mis plantas
Exploren la caricia
De la rociada.
¡Quiromántico enorme!
¿Conocerás las almas
Por el débil tatuaje
Que olvidan en tu espalda?
Si eres un Flanmarión
De las pisadas,
¡Cómo debes amar
A los asnos que pasan
Acariciando con ternura humilde
Tu carne desgarrada!
Ellos solos meditan donde puede
Llegar tu enorme lanza.
Ellos solos, que son
Los Bhudas de la Fauna,
Cuando viejos y heridos deletrean
Tu libro sin palabras.
¡Cuánta melancolía
Tienes entre las casas
Del poblado!
¡Qué clara
Es tu virtud! Aguantas
Cuatro carros dormidos,
Dos acacias,
Y un pozo del antaño
Que no tiene agua.
Dando vueltas al mundo,
No encontrarás posada.
No tendrás camposanto
Ni mortaja,
Ni el aire del amor renovará
Tu substancia.
Pero sal de los campos
Y en la negra distancia
De lo eterno, si tallas
La sombra con tu lima
Blanca ¡oh, camino!
¡Pasarás por el puente
De Santa Clara! |
Libro de poemas | EL CONCIERTO INTERRUMPIDO |
HA roto la armonía
De la noche profunda,
El calderón helado y soñoliento
De la media luna.
Las acequias protestan sordamente
Arropadas con juncias,
Y las ranas, muecines de la sombra,
Se han quedado mudas.
En la vieja taberna del poblado
Cesó la triste música,
Y ha puesto la sordina a su aristón
La estrella más antigua.
El viento se ha sentado en los torcales
De la montaña obscura,
Y un chopo solitario—el Pitágoras
De la casta llanura—
Quiere dar con su mano centenaria,
Un cachete a la luna. |
Libro de poemas | CANCIÓN ORIENTAL | ES la granada olorosa
Un cielo cristalizado.
(Cada grano es una estrella
Cada velo es un ocaso)
Cielo seco y comprimido
Por la garra de los años.
La granada es como un seno
Viejo y apergaminado,
Cuyo pezón se hizo estrella
Para iluminar el campo.
Es colmena diminuta
Con panal ensangrentado
Pues con bocas de mujeres
Sus abejas la formaron.
Por eso al estallar, ríe
Con purpuras de mil labios...
La granada es corazón
Que late sobre el sembrado,
Un corazón desdeñoso
Donde no pican los pájaros,
Un corazón que por fuera
Es duro como el humano,
Pero da al que lo traspasa
Olor y sangre de mayo.
La granada es el tesoro
Del viejo gnomo del prado,
El que habló con niña Rosa,
En el bosque solitario,
Aquél de la blanca barba
Y del traje colorado.
Es el tesoro que aún guardan
Las verdes hojas del árbol.
Arca de piedras preciosas
En entraña de oro vago.
La espiga es el pan. Es Cristo
En vida y muerte cuajado.
El olivo es la firmeza
De la fuerza y el trabajo.
La manzana es lo carnal,
Fruta esfinge del pecado,
Gota de siglos que guarda
De Satanás el contacto.
La naranja es la tristeza
Del azahar profanado,
Pues se toma fuego y oro
Lo que antes fué puro y blanco.
Las vides son la lujuria
Que se cuaja en el verano,
De las que la iglesia saca
Con bendición, licor santo.
Las castañas son la paz
Del hogar. Cosas de antaño.
Crepitar de leños viejos,
Peregrinos descarriados.
La bellota es la serena
Poesía de lo rancio,
Y el membrillo de oro débil
La limpieza de lo sano.
Más la granada es la sangre,
Sangre del cielo sagrado,
Sangre de la tierra herida
Por la aguja del regato.
Sangre del viento que viene
Del rudo monte arañado.
Sangre de la mar tranquila,
Sangre del dormido lago.
La granada es la prehistoria
De la sangre que llevamos,
La idea de sangre, encerrada
En glóbulo duro y agrio,
Que tiene una vaga forma
De corazón y de cráneo.
¡Oh granada abierta!, que eres
Una llama sobre el árbol,
Hermana en carne de Venus,
Risa del huerto oreado.
Te cercan las mariposas
Creyéndote sol parado,
Y por miedo de quemarse
Huyen de ti los gusanos.
Porque eres luz, de la vida,
Hembra de las frutas. Claro
Lucero de la floresta
Del arroyo enamorado.
¡Quién fuera como tú, fruta,
Todo pasión sobre el campo! |
Libro de poemas | CHOPO MUERTO |
¡CHOPO viejo!
Has caído
En el espejo
Del remanso dormido,
Abatiendo tu frente
Ante el poniente.
No fué el vendaval ronco
El que rompió tu tronco,
Ni fué el hachazo grave
Del leñador, que sabe
Has de volver
A nacer.
Fué tu espíritu fuerte
El que llamó a la muerte,
Al hallarte sin nidos, olvidado
De los chopos infantes del prado.
Fué que estabas sediento
De pensamiento,
Y tu enorme cabeza centenaria,
Solitaria
Escuchaba los lejanos
Cantos de tus hermanos.
En tu cuerpo guardabas
Las lavas
De tu pasión,
Y en tu corazón,
El semen sin futuro de Pegaso.
La terrible simiente
De un amor inocente
Por el sol del ocaso.
¡Qué amargura tan honda
Para el paisaje,
El héroe de la fronda
Sin ramaje!
Ya no serás la cuna
De la luna,
Ni la mágica risa
De la brisa,
Ni el bastón de un lucero
Caballero.
No tornará la primavera
De tu vida,
Ni verás la sementera
Florecida.
Serás nidal de ranas
Y de hormigas.
Tendrás por verdes canas
Las ortigas,
Y un día la corriente
Sonriente
Llevará tu corteza
Con tristeza.
¡Chopo viejo!
Has caído
En el espejo
Del remanso dormido.
Yo te vi descender
En el atardecer,
Y escribo tu elegía,
Que es la mía. |
Libro de poemas | CAMPO |
EL cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos,
Y son negros carbones
Los rastrojos quemados.
Tiene sangre reseca
La herida del Ocaso,
Y el papel incoloro
Del monte, está arrugado.
El polvo del camino
Se esconde en los barrancos.
Están las fuentes turbias
Y quietos los remansos.
Suena en un gris rojizo
La esquila del rebaño,
Y la noria materna
Acabó su rosario.
El cielo es de ceniza
Los árboles son blancos. |
Libro de poemas | LA BALADA DEL AGUA DEL MAR |
EL mar,
Sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma
Labios de cielo.
¿Qué vendes; oh joven turbia
Con los senos al aire?
—Vendo señor, el agua
De los mares.—
¿Qué llevas, oh negro joven,
Mezclado con tu sangre?
—Llevo señor el agua
De los mares.—
¿Esas lágrimas salobres
De dónde vienen, madre?
—Lloro señor, el agua
De los mares.—
¿Corazón; y esta amargura
Seria, de dónde nace?
—¡Amarga mucho el agua
De los mares!—
El mar
Sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma
Labios de cielo. |