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d n toría: Ferna u A o González S a nt o s Inspirado en: Ri cardo El Movimiento Artístico Minga Autoría:Fernando González Santos Inspirado en la historia de Ricardo ISBN:978-958-52723-3-0 © Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (COALICO) El Movimiento Artístico Minga 1 Inspirado en la historia de Ricardo 1Por Fernando González Santos El 30 de abril de 2021 se anuncia la llegada de la Minga Indígena a Cali como respaldo al Paro Nacional impulsado dos días antes en varios departamentos de Colombia.
El propósito de su presencia en la capital del Valle del Cauca es apoyar y proteger las movilizaciones que se han multiplicado a medida que avanzan las horas, pero es, además, una respuesta a la arrogancia de un Gobierno que mantiene, a cualquier precio, reformas y políticas lesivas para los más empobrecidos.
En Puerto Rellena, llamado ahora Puerto Resistencia, en Siloé, en La Luna, en Meléndez, en Loma de la Cruz, los jóvenes son atacados de forma indiscriminada por la Fuerza Pública.
El descontento saca a relucir el aguante contenido durante décadas.
Los noticieros internacionales rompen el silencio.
Videos y fotografías con imágenes escalofriantes le dan la vuelta al mundo.
Los ministros pregonan que las protestas son actos vandálicos.
Dentro y fuera del país se habla de un estallido social.
1 A la entrada de Jamundí, la Minga es recibida con aplausos y gritos de gloria.
Hacia las dos y media de la tarde del 9 de mayo, las chivas en que nos transportamos son agredidas.
Escuchamos detonaciones, hay bloqueos a la caravana, disparos por parte de uniformados y civiles apodados “la gente de bien”, quienes portan armas, llevan camisetas blancas y se ensañan contra la población.
En las inmediaciones de la Universidad del Valle, los cordones del ESMAD, de la Policía y del Ejército han emprendido su accionar.
Corren los días, corre la matanza, corre la alocución presidencial que ordena todo el despliegue militar.
Hace ya varias semanas la chirimía informativa inició su recorrido por las cocinas de los cerca de diez pueblos indígenas congregados en la universidad, la situación es muy tensa.
Nos hemos juntado ciento cincuenta músicos de diferentes culturas nativas.
En la tradición indígena existe la particularidad de que la música se hace y se interpreta según el momento y el sentir, bien sea para la siembra o bien para la cosecha.
En esta ocasión nuestro repertorio es de armonización, acorde con el sentido de la palabra y con la conversación sobre lo que sucede y lo que significa este momento histórico para la ciudad, para la región, para la Colombia de hoy.
Los ecos de las músicas populares advierten la expansión del Movimiento Artístico Minga.
En los sonidos de armonización, las melodías contienen tonalidades mayores con frases seguidas que atraen la alegría, el encuentro y la confianza.
La organología de la chirimía caucana se compone de flautas traversas de carrizo, tambora, redoblante y carrasca.
Se suman los llamadores y los alegres de raíces afro.
Una hermandad de instrumentos anclados al vínculo familiar de la Tulpa rodea el ambiente.
La Tulpa es el fogón, simbolizado con tres piedras grandes 2 que representan a la madre, al padre y al hijo.
En medio de la zozobra que acecha, el fuego brota y el arte se impregna de la sabiduría ancestral para extender, aún más, su esplendor por la Avenida Simón Bolívar, la Quinta y la Autopista Sur Oriental, acompañando y animando el clamor de la multitud.
Las manifestaciones crecen como ríos desbordados.
Llega el instante del homenaje a las madres de los hijos que han sido asesinados, golpeados, desaparecidos y detenidos en este renacer de una nación dominada por la guerra y la exclusión, allí mismo, en el pulmón del futuro, en Puerto Resistencia.
Ellas vienen marchando con las cantadoras del Pacífico, de este lado respondemos con el himno de la Guardia Indígena: “Guardia, guardia, fuerza, fuerza, por mi raza, por mi tierra”.
A través de los vientos del sur, las lágrimas de agradecimiento acogen en su seno las gotas de sangre derramada, como si la muerte se sumergiera en un irremediable exceso de vida.
Cuando miramos hacia atrás, luego de haber transitado un largo trecho, descubrimos que el presente no es más que un generoso tributo al pasado.
Desde 1997 he estado abriendo camino en estas tierras, por Toribío, Jambaló, Miranda, Caloto y Corinto.
Las comunidades resistían con sus tradiciones y saberes a un ambiente asediado por el narcotráfico y el conflicto armado, situación que se ha venido agudizando en las últimas décadas.
Adán Martínez y Ruth Chaparro, de la Fundación Caminos de Identidad, me proponen brindar apoyo artístico a las instituciones educativas del resguardo Huellas de Caloto.
Durante tres años me concentré en este magnífico proyecto, pero sentía que algo quedaba inconcluso porque se constituían los grupos, salían producciones musicales de gran calidad y los chicos tomaban rumbos nuevos al terminar su calendario académico.
3 La idea de lograr algo que tuviese más continuidad y mayores alcances se hizo realidad con la creación del Instituto de Artes Integradas, un espacio dedicado a la labor pedagógica del tejido, la danza, la cocina y la orfebrería.
Aproximadamente, doscientos veinte niños, niñas y jóvenes se inscribieron en la línea de música, no solo con la intención de educarse como artistas, sino, ante todo, como seres humanos dispuestos a guarecer y enriquecer la cosmogonía del pueblo Nasa.
Ya después, se hizo la selección de cuarenta y seis integrantes que conforman la Orquesta de Instrumentos Andinos del Resguardo Huellas de Caloto.
Las composiciones comenzaron a fluir, se venció la timidez y el miedo a la expresión.
Hasta el 2012, nueve obras musicales daban forma a nuestro primer trabajo discográfico.
El maestro Alejandro Badillo, ingeniero de sonido, quien tiene en su reconocida historia artística un premio Grammy, fue nuestro productor musical.
Llegó con la mejor disposición y actuó siempre convencido de que en este tren llegaríamos lejos, pese a estar con una decena de chicos que apenas andaban indagando en las partes básicas e iniciales de un firmamento denso y recóndito como lo es la música, especialmente cuando se trata de producirla; pero teníamos algo esencial que, como un secreto de los dioses, nos llevaría hacia el misterio de la creación: una lengua que todo lo sabe.
Contábamos con una sede en la vereda Bodega Alta, era una pieza de dos por dos.
Pese a la estrechez, con el maestro acordamos que lo haríamos a como diera lugar.
Ubicamos colchonetas para instalar una acústica lo más conveniente posible, ingresamos los equipos y diseñamos el estudio.
4 El trabajo previo, adelantado juiciosamente dos meses atrás, había consistido en un taller intensivo de elaboración de textos sobre poesía, cuento y relato, en el que se buscaba dar realce a las vivencias y experiencias.
Más que una técnica formal o gramatical, los ejercicios se encaminaban a retomar, como material fundamental de composición, la diversidad y complejidad de nuestro territorio.
“Profe, es que yo tengo algo escrito, pero qué tal que se burlen de mi”, dijo Derly un viernes en la tarde.
Le pedí que me mostrara lo que tenía.
Ella sacó su cuaderno, leyó dos frases, yo cogí la guitarra y entonamos un sol menor.
Derly sonrió conmovida, abrió sus ojos como alas y dijo: “Venga, profe, voy a escribir más”.
Ensayábamos los domingos hasta las tres de la tarde, pero ese día nos dieron las cinco y el grupo quería repetir una y otra vez la versión que había germinado.
Fue la primera canción que montamos, se llama Sueños de mi niñez.
Derly tenía ocho años en ese entonces.
El tema se convirtió en una especie de himno, lo cantábamos espontáneamente en cualquier lugar.
Hasta en las escuelas se coreaba: “Voy caminando, sigue luchando por la paz de mi pueblo y seguiré cantando”.
El taller ilustraba las posibilidades de escribir en prosa y en verso, la conjugación de los verbos, los acentos y la rítmica.
Otro día, luego de unos ejercicios, se acercó Fanor Secue y me dijo: “Profesor, lo que pasa es que yo tengo unas canciones escritas que intentamos tocar con un grupo del resguardo, pero se las quiero mostrar a usted sin que las escuchen los compañeros”.
Me mostró la primera con un círculo armónico de guitarra, no había una introducción acelerada, sino más bien un fraseo suave, muy frágil y profundo a la vez.
De un momento a otro resultamos interpretando “Convocando a la unidad”, un tema emblemático de la Orquesta, que ha trascendido y ha sido muy bien recibido en Europa y América Latina; alude a esa relación entrañable 5 y originaria que tenemos con la tierra, pero que hemos perdido en la amenazante y catastrófica era de la modernidad, con su historia lineal y su conquista sangrienta.
La solista, tomando la vocería de la naturaleza, da la entrada con las primeras palabras escritas por Fanor: “Montaña soy, sol y trueno, lluvia, viento y primavera, si no aprendes a quererme, cómo puedo yo quererte”.
Unos arpegios de guitarra y charango sobre el fondo tenue de las zampoñas retienen el sentimiento por unos segundos y luego viene la descarga de las quenas, los tambores y el estremecimiento del conjunto instrumental.
En contra de los embates del odio y la violencia, el coro empina las tonalidades para proclamar que “es tiempo de reconstruir la montaña bajo el sol.
El trueno y el fuego girarán”.
En las culturas milenarias, la mutación es atraída por el fragor de la fuente y el origen, como el néctar de los mitos que provee de alimento el reencuentro entre la selva, los bosques, las planicies y el idioma humano.
Hoy, más que nunca, es urgente desdoblar aquel mensaje de los antepasados “si queremos que al final todo vuelva a ser normal, si queremos ver la primavera”.
Hicimos la canción con un ritmo de bambuco caucano.
Aunque iban apareciendo nuevos borradores, sentíamos la premura de la grabación.
Finalmente decidimos que las propuestas de Fanor serían el centro del repertorio, así que por esa vía nos dimos a la tarea de montar “Nuestra generación” y, en un candombe uruguayo, “Mi país”.
Como es difícil adaptar letra al formato de chirimía, recurrimos al concepto de los sonidos originarios del sur del continente, lo que en parte se conoce como música latinoamericana.
Agrupaciones como Quilapayún e Inti illimani nos contagiaban con aquellos aires que trasmiten la frescura de los Andes; también los cantos de Mercedes Sosa y de Víctor Jara, la guitarra, el bombo y las voces ancladas al campo, 6 a los marginados, a los indígenas y campesinos.
Aunque cuidamos de no perder la esencia de la tradición Nasa, identificamos que los lazos que nos unen con el folclor de otros países revelan que allá y acá estamos arraigados a las raíces del territorio.
Nuestro conjunto incluye charango, guitarra electroacústica, conga y bongo.
La batería la armamos con platillos y redoblante para no alterar bruscamente lo autóctono.
La “metodología de ensayo”, como la llamamos, parte de la lectura de un borrador que algún chico propone, la repetimos hasta asimilar su estilo con una base de guitara o de zampoña.
A medida que avanza la composición, dividimos la estructura musical en vientos, cuerdas y percusión.
La melodía va apareciendo, las propuestas fluyen: “Profe, ¿qué tal esta nota?”, “¿Cómo le parece esta otra estrofa?”.
Nos adentramos en una especie de improvisación que toma consistencia cuando algún instrumento da la clave y sugiere el camino a seguir, hasta que por fin nos convencemos del resultado y decimos: “Listo, por ahí es”.
Así es el lenguaje de la música: luego de haber acabado pacientemente una tarea, por sí mismo da el aviso de una obra culminada.
Dentro de poco van a oír una melodía que se llama “Amazonas”, a propósito de la selva que se estaba incendiando hace unos meses.
Cuando llegó la primera experiencia de los chicos en estudio, les dije que iban a estar frente a un micrófono, que solo escucharían sus instrumentos, que no podía haber errores y que era necesario que ensayaran en sus casas tres veces más de lo que lo habían hecho hasta ahora.
Tuvimos un conversatorio con el maestro Alejandro en el que intentamos llenarles de mucha confianza, pues era lo que más requerían aprender de ahí en adelante.
Delineamos las maquetas de las canciones para dejar afinada la imaginación, yo entré antes al estudio e hice unas improvisaciones con la 7 guitarra para que pudieran discernir el tratamiento del sonido y apreciaran, por su propia cuenta, que hasta los suspiros se percibían.
La pieza que acondicionamos quedaba dentro de una casa trajinada con un intenso olor a humedad que tiempo atrás la comunidad había obtenido en un proceso de liberación de Uma Kiwe, la madre tierra del pueblo Nasa.
Una tarde, luego de terminar la grabación, nos quedamos en silencio por unos segundos, el micrófono estaba abierto.
El maestro Badillo puso el altavoz y dijo: “¿Sí escuchan?”.
Eran ruidos de pasos sobre el piso de madera.
Nadie diferente a nosotros había en esa casa, así que las imprudencias de los duendes también quedaron registradas.
Aldair toca la zampoña, es muy virtuoso para aprenderse los arreglos.
Al sugerirles la melodía, él en minutos la tenía, pero entró a probar su pista, se puso los audífonos y al comenzar a interpretar el instrumento se le vinieron las lágrimas.
Decía angustiado: “Profe, yo me la sé, la ensayé muchas veces”.
Estaba paralizado del susto.
Entonces le dije: “Tranquilo, tómate tu tiempo, si quieres ve a tu casa y te tranquilizas”.
A varios les pasó lo mismo, lloraban y se lamentaban: “No, no voy a poder”.
Hicimos un pare y comenté que era normal la inseguridad cuando los demás están atentos a lo que cada uno hace.
Les insistí: “Recuerden lo que hablamos al comenzar, debemos borrar de la mente el miedo; está prohibido decir ‘no voy a lograrlo’”.
A la semana siguiente llamamos aparte a Aldair, entró nuevamente al estudio, se llenó de coraje y al finalizar se le aguaron los ojos, pero esta vez de la emoción al apreciar él mismo lo que había hecho.
Fueron dos semanas consecutivas de trabajo, descansábamos un par de horas y retomábamos.
“Eso les pasa a los músicos famosos, no a nosotros”, me contestaban algunos cuando les decía que habrían de acordarse de mí cuando sus temas sonaran en las emisoras.
El día que tuvieron el CD en sus manos, expresaron: “¡Uy! 8 Cómo quedó de bien mi voz”.
“Es mejor que cuando lo hacemos en vivo”.
El reto mayor vino con el lanzamiento, no solo del disco, sino de la Orquesta.
La presentación fue en el Teatro Municipal de Caloto, en compañía de otra agrupación que se llama A’LUXC (Hijos de la Estrella), creada a raíz de una experiencia artísticos en Toribío, Cauca; la gente bajó de sus veredas, había una gran expectativa, de pronto nos vimos frente a unas seiscientas personas.
El público miraba aterrado a los cuarenta y siete integrantes que intentaban acomodarse en el escenario.
Al terminar, en medio de las sonrisas de júbilo, les dije: “Se acordarán nuevamente de mí en el momento en que empecemos a viajar y a conocer ciudades”.
A los pocos meses de ese mismo 2014, ya teníamos planes para realizar dos presentaciones, la primera en el Centro Nacional de Memoria Histórica, ubicado en la zona céntrica de Bogotá.
Iniciamos con un recorrido fuera del auditorio y pusimos la foto de Sebastián en un altar que estaba vestido en el museo, junto a la biblioteca.
Él se había convertido en el sabor amargo de nuestro andar, en el vacío y el amparo.
En ciertos puntos hicimos paradas en las que los chicos de la Orquesta leyeron fragmentos de sucesos dolorosos ocurridos en el territorio.
Recién habíamos hecho una reflexión sobre las zonas más golpeadas por el conflicto armado.
Era muy duro ordenar en un frívolo reporte la existencia de tantos niños muertos por ataques de grupos armados, de tantos mutilados, desterrados y huérfanos.
No fue el primero, ni desgraciadamente el último, el caso del hermano de un chico cercano a la Orquesta que decapitaron enfrente de la familia, con el pretexto de que era informante, como es ya costumbre señalar indistintamente a las personas en las regiones sometidas por los grupos al margen de la ley.
9 A la casa de otro niño de once años, que ya no participa en los ensayos, ingresaron hombres encapuchados y asesinaron a todos sus seres queridos.
El niño se salvó porque pudo esconderse debajo de uno de los muertos.
Luego del suceso comenzó a tomar trago, había instantes en que se llenaba de rabia y evocaba desesperadamente detalles de lo ocurrido.
Un día, muy afligido, narró pasajes espantosos de su tragedia, apenas alcanzaba balbucear: “La embarré, si tengo enfrente a los que hicieron eso, yo puedo reconocerlos; lo único que quiero es sacarme del alma este sufrimiento”.
Después de un acto de barbarie, el daño emocional envenena los corazones de quienes han visto de frente la crueldad y los incita a reproducir, por el resto de sus vidas, las llagas que se enquistan en la piel misma de la melancolía.
Los asistentes al concierto del Centro de Memoria Histórica parecían disponerse a participar de un evento social cualquiera, como si conocieran de sobra el libreto a escenificar en el vaivén de las relaciones públicas, pero ante la inclemencia de los testimonios que uno a uno se iba presentando, muchos sacaron sus pañuelos y comenzaron llorar.
Una señora muy elegante y envuelta en su propio lamento, se acercó y nos dijo: “¿Por qué nosotros no sabemos de esto?”.
Y con un particular gesto de inculpación, ella se preguntaba ante nosotros: “¿Por qué no tenemos los medios para saber lo que ustedes cuentan y ayudar a la población que sufre y que necesita apoyo?”.
Acabó la presentación, las borrascas de lo relatado aquella tarde se fueron disipando poco a poco con los aplausos, los elogios y las muestras de cariño.
10 Horas más tarde dimos otro concierto a campo abierto y en tarima, a manera de ensamble, con veinticinco integrantes de la Fundación Batuta, juntos entonamos “Sueños de mi niñez”.
Aprovechamos esos días para conocer Bogotá.
El mayor de los niños de la Orquesta tenía diecisiete años en ese momento y la menor era Derly, que acababa de cumplir ocho.
Estábamos muy contentos por visitar Monserrate, la Candelaria y los museos.
Vinieron nuevas giras, recorrimos nuestro territorio, participamos en convocatorias e iniciativas comunitarias.
El primer viaje en ese pájaro de metal, como le decíamos, fue bastante emocionante, soltábamos la risa cuando comentábamos que un avión se mueve tanto como una chiva por carretera destapada.
Al día de hoy, hemos hecho cerca de doscientas cincuenta presentaciones.
El segundo concierto de ese año se dio por una invitación al Festival Internacional de Música Andina Latinoamericana en la ciudad de Cali, promovido por la Fundación Inti Raymi.
En esa ocasión tocamos junto a Illapu de Chile, un grupo muy aclamado en los años 70 y 80 por la cercanía de sus letras a la protesta social y política del Cono Sur; sus integrantes fueron exiliados debido a la represión del régimen de Augusto Pinochet, como tantos músicos que resultaron víctimas de la dictadura.
El público nos colmó de aplausos, se sentía la euforia, posamos para las fotos.
Esa tarde comprendimos que hacíamos parte de un sueño artístico importante; sin embargo, era necesario dejar sentada una advertencia: “Nosotros no buscamos volvernos famosos, sino hacer historia con el legado de las tradiciones culturales que hemos heredado”.
11 El quehacer musical se fue entrelazando cada vez más con el liderazgo, la denuncia y la lucha por la autonomía.
Cuando se estaban firmando los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y las FARC, Derly y uno de sus compañeros viajaron a la Habana para hablar sobre los riesgos en que se encuentra la infancia en medio del conflicto armado, también asistieron a sesiones del Congreso de la República en nombre del pueblo Nasa, entregaron más de trescientas cartas escritas por niños, niñas y jóvenes del Cauca, en las que reclamaban un espacio representativo en los diálogos de paz.
Por redes sociales, la canción “Convocando a la unidad” se oyó en muchas regiones, ciudades y países.
La creación de una Orquesta no es una tarea fácil, pero menos fácil es sostenerla.
Los chicos van creciendo y van asumiendo responsabilidades, primordialmente familiares, como las de ser papás y mamás; también como líderes de sus veredas o sus resguardos.
Intentamos incentivarlos a que estudien, que ojalá entren a la universidad y que donde se encuentren compartan el conocimiento Nasa.
Debido a los compromisos, algunos se han tenido que ausentar, ahora son treinta y siete los que participan activamente.
Varias jóvenes asisten con su bebé cargado en la manta, sacan su flauta y se integran a las actividades programadas.
Si a las primeras experiencias musicales las cobijaba la incertidumbre del destino, al cabo de los años ya no es posible proseguir la ruta sin llevar como una sombra los recuerdos acumulados y la memoria de los ausentes, a quienes, en buena parte, les debemos lo que somos.
La foto que pusimos en aquel concierto del Centro de Memoria Histórica fue un sentido y conmovedor homenaje.
Sebastián tenía seis años, un primo que hacía parte de la agrupación lo traía a los encuentros de los fines de semana.
Era 12 tan pequeño que cogía el tambor como si fuera un juguete, reclamando una porción de magia y de lúdica en medio del ensayo.
Su primo se desesperaba por momentos y, en el afán de evitar la interrupción de las prácticas, le indicaba a cada rato que no cogiera los instrumentos.
Yo le decía: “Déjelo, que así comienzan los músicos virtuosos”.
Su presencia lograba colmar el ambiente de una gracia especial, se volvió el centro de atención.
En ocasiones el papá de Sebastián nos visitaba y comentaba con un gesto de ilusión en su rostro: “Cuando él cumpla sus ocho años lo voy a meter a la Orquesta”.
En realidad, le encantaba la música, nosotros decíamos que ya teníamos un heredero talentoso.
La familia del niño es de una vereda que se llama Pajarito.
Allí mismo, la noche del 16 de agosto de 2012, escucharon el sonido de una moto e inmediatamente una granada entró por la ventana de la casa, no pudieron levantarse con facilidad porque al hacerlo se enredaron con el toldillo.
Los vecinos intentaron auxiliarlos, alcanzaron a llevarlos al hospital.
Sebastián tenía ocho años, su madre, cuatro meses de embarazo.
Cuando supimos la noticia, sentimos que no solamente habían asesinado a Sebastián, sino que algo había muerto en cada uno de los integrantes de la Orquesta.
Con la dolencia clavada en lo más profundo, la chirimía se dispuso al recorrido con sus entonaciones de duelo y de vuelo, las cintas de colores acompañaron la ceremonia hasta el lugar donde el cuerpo del pequeño habría de sembrarse, como es la creencia del pueblo Nasa, para echar nuevas raíces y prolongar la existencia.
La dulzura y la tristeza traspasaban las arrugas de las cordilleras, que erizadas contemplaban la lluvia sobre el paisaje herido, como si el misterio develara en un solo instante el final y el principio de los tiempos, y devolviera en un hondo suspiro colectivo la esperanza de la arcilla planetaria.
13 La música y el rito hacen que el silencio nombre los secretos de lo indestructible.
El padre de Sebastián recogió las pocas fuerzas que le quedaban, sus ojos opacados dejaron extender una mirada muy lejana y, como si hallara el tope abismal del horizonte, su voz entrecortada pronunció unas palabras que en cada uno de nuestros conciertos están presentes: “Mi hijo se convirtió en un angelito, él nos va a estar acompañando, nos dará la sabiduría que necesitamos para conseguir la paz y la tranquilidad que anhelamos”.
Entretanto, la madre de Sebastián estaba en la clínica, sin tener idea de que, a parte de la pérdida del bebé que llevaba en su vientre, las golondrinas estaban despidiendo de este mundo a su hijo consentido”.
Pero los pedazos de desolación que va esparciendo la guerra no dejan de empujar el tierno regocijo de los niños hacia el reino de los ángeles.
También Maryi Vanesa hace parte de este trágico historial.
Ella estuvo fugazmente en algunos proyectos pedagógicos que hicimos en Caloto, tenía once años y una energía increíble, se destacaba por el inconfundible ingenio de sus ideas.
Nadie olvidará jamás la espléndida sonrisa con que animaba al más amilanado.
Su instrumento predilecto era el tambor, que tanto colma los sones de las marchas.
Fue un 16 de septiembre cuando inesperadamente comenzaron los combates entre el Ejército y la guerrilla.
El papá de Maryi no estaba presente.
Un artefacto explotó dentro de la casa.
Su madre quedó inconsciente.
El cuerpo de la niña cayó destrozado en medio de un baño de sangre.
“No te vayas, por favor, no te vayas”, gritaba desesperado el padre cuando la encontró y la alzó en sus brazos, sin alcanzar a llegar con su hija viva al hospital de Caloto.
14 Silvestres nacimientos, follajes tormentosos y llamados de sobrevivencia abanican el despertar de la infancia y la juventud en esta parte del Cauca.
Con el apoyo brindado por Defensa de los Niños Internacional, hemos rescatado un poco más el valor que tiene el renacer de las nuevas generaciones ante el luto y la avaricia que portan las vestiduras del poder.
La Orquesta de Instrumentos Andinos del Resguardo Huellas de Caloto es una semilla que mantiene, como dice nuestro primer tema musical, los “Sueños de mi niñez”.
Pocas veces la sociedad comprende qué es realmente habitar un territorio, luchar por defender lo que los ancestros nos han heredado y encargado para que la libertad encarne la trama del cosmos.
Cada expresión cultural, cada muestra de organización y cada espacio comunitario se acompasa con la vibración y el ritmo de la chirimía porque ella es el pálpito de la tierra misma.
En este trasegar, en esa fuerza que hoy la Minga Indígena irradia a lo largo y ancho del Cauca y de Colombia, vamos hallando un nuevo sonido y una nueva voz.
El sentido original de la Minga es descifrado con cada amanecer y cada atardecer.
Sentir en comunidad, llorar en comunidad, nacer y morir en comunidad, es el mayor aprendizaje que un pueblo indígena puede ofrecer, pero tal espiral de luz solo puede apreciarse si reconocemos que somos el río y la montaña, inseparables como la selva y el tigre, la luna y el sol, la noche y el alba.
De Tierra Adentro hasta el norte del Cauca sabemos que nacimos en el instante en que las lagunas dieron a luz.
Desde entonces, nada nos separa de lo que vemos, oímos y sentimos.
Eso es lo que intentan divulgar nuestras canciones.
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